¿Cometen errores, necesitan ayuda? Amor y paciencia con los hijos

No tiene nada de malo ser muy amables y pacientes con nuestros amigos, pero a veces somos hostiles e impacientes con los miembros de nuestra familia. ¿Cometen errores, necesitan ayuda? El amor y la paciencia con los hijos.

Rafael Vázquez

Iván es un buen hombre, esposo y padre. Graciela, su esposa, también es una buena mujer, dedicada, trabajadora y una madre tierna. Tienen una hermosa familia, junto con Juanito de cinco años y Sonia, de tres meses. A Graciela e Iván les encanta invitar amigos a comer en su casa los fines de semana. Hace poco tiempo recibieron la visita de Guillermo, que asistió con Lina, su mujer, quien espera a su primer bebé.

Durante la comida, Lina tiró accidentalmente un vaso de agua, que se derramó por toda la mesa. Aunque ella estaba muy apenada, Iván le dijo que no se preocupara, que esas cosas pasan y que él lo arreglaría, e incluso hicieron un par de bromas para disipar la preocupación y la culpa que se sentía en el aire. Y así fue. La reunión continuó después de ese incidente, al parecer, sin importancia.

La experiencia de Juanito

Dos días después, cuando el hijo mayor de Iván, Juanito, de apenas cinco años, durante la comida después de la escuela, hizo caer su vaso de agua sobre la mesa, antes de que el niño pudiera siquiera disculparse, Graciela, con los ojos encendidos y una voz que parecía perforar paredes, le gritó: “¿Qué rayos te sucede? ¿No puedes poner un poco de atención en lo que haces?”.

Al principio, Juanito creyó que podría tratarse de una broma, como las que vio que se hicieron días antes en ese mismo comedor cuando una mujer adulta había hecho lo mismo. Pero no tuvo tiempo de reaccionar, porque al grito de su madre se agregó la tajante instrucción de Iván: “¡Ve inmediatamente por un trapo y limpia toda la mesa! ¡Ya!”.

¿Por qué?

Debo insistir en que Iván y Graciela son buenas personas. Son trabajadores, responsables en todo sentido y no hay nada en su vida que haga pensar que no aman profundamente a sus hijos. Sin embargo, ¿no serían aún mejores si pusieran atención en la forma en que a veces se dejan llevar por sus emociones?

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¿Por qué Iván y Graciela trataron con mucha condescendencia a su amiga Lina cuando derramó el agua, pero fueron tan duros con Juanito cuando sucedió lo mismo? Si hacemos un examen completamente sincero de esa pregunta, nos daremos cuenta de que no hay modo sensato de dar una respuesta que justifique el comportamiento de los padres de Juanito.

Para poder justificar la rigidez y el enojo que mostraron con el niño, sería necesario admitir que Guillermo y Lina son beneficiarios de un trato especial que nadie en casa debe recibir. Pero si, por otro lado, lo que hay que explicar es el trato condescendiente, amable y humorístico con la visita, sería necesario asumir que la compañía de los hijos no es tan agradable, ni ellos se han ganado el derecho de cometer errores o de recibir ayuda.

Un patrón de conducta que podemos erradicar

He notado que muchos padres son como Iván y Graciela, y que muchos niños crecen aprendiendo en carne propia (a veces literalmente) las pequeñas incongruencias del amor familiar. Así suele ser nuestra cultura. Nos entregamos de forma incondicional a las personas ajenas. Ello no tiene nada de malo por sí solo, pero esa conducta la complementamos con un estilo hostil, impaciente e inflexible al momento de educar a nuestros hijos, de convivir en familia.

¿No sería bello ―y además congruente― que Graciela e Iván trataran a Juanito con la misma paciencia, el mismo humor y una dosis extra de perdón y amor cuando le ocurran accidentes de ese tipo?

Al volver a preguntarnos por qué ellos dieron un trato paciente y amable a sus amigos, muy probablemente la respuesta sea el cariño que se le profesa a los amigos. Y esa sería una explicación magnífica. Pero, al mismo tiempo, tendríamos que recordar que nadie debe recibir una mayor porción de nuestro amor que los miembros de nuestra propia familia.

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Contacto: rvazquezv@outlook.com

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