Mi padre es el artífice de lo que soy

Si no eres capaz de ver los sacrificios de tu padre para sacarte adelante, lee este artículo y piensa en agradecer a tu padre por todo su amor, porque la persona que somos se la debemos a nuestro padre.

Erika Otero Romero

¿Quieres leer una historia muy interesante? Un joven fue a presentar una entrevista de trabajo a cierta empresa de renombre. Cuando el entrevistador, que era el mismo director del lugar, vio la excelente hoja de vida del muchacho y las calificaciones obtenidas en la universidad, entonces empezó a entrevistarlo para el cargo al que aspiraba. Le preguntó si había estudiado becado, la respuesta fue no; le preguntó si su padre era quien le había pagado los estudios, la respuesta fue sí, respuesta esperada; después lo interrogó acerca del trabajo que su padre tenía, y el joven respondió que era herrero, ante lo cual el director le pidió a aquel muchacho que le mostrara sus manos, el joven mostró un par de manos suaves y perfectas.

Luego, el director lo cuestionó sobre si alguna vez había ayudado a su padre en sus labores, la respuesta –obvia– fue un “No” rotundo, seguido de una afirmación que lo dejó perplejo: “Nunca. Mis padres siempre quisieron que estudiara y leyera más libros. Además, él puede hacer esas tareas mejor que yo”. Lo que siguió a continuación fue un pedido del director, “Tengo una petición: cuando vayas a casa hoy, ve y lava las manos de tu padre, y ven a verme mañana por la mañana”.

El joven se marchó con altas expectativas de conseguir ese empleo. Cuando regresó a su casa le pidió a su padre que le permitiera lavar sus manos; su padre se sintió extraño, feliz, con sentimientos encontrados y mostró sus manos a su hijo. El joven lavó las manos de su padre poco a poco. Era la primera vez que se daba cuenta de que las manos de su padre estaban arrugadas y tenían tantas cicatrices. Algunos heridas eran tan dolorosas que su piel se estremeció cuando el joven la tocó.

Esta fue la primera vez que el joven se dio cuenta lo que significaban ese par de manos, que trabajaban todos los días para poder pagar su estudio. Los moretones en las manos eran el precio que tuvo que pagar por su educación, sus actividades de la escuela y su futuro.

Tras limpiar las manos de su padre, el joven se puso, en silencio, a ordenar y limpiar el taller. Esa noche, padre e hijo hablaron durante un largo tiempo.

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A la mañana siguiente el joven fue a la oficina del director. Este caballero se dio cuenta de las lágrimas en los ojos del joven cuando le preguntó, “¿Puedes decirme qué has hecho y aprendido ayer en tu casa?”.

El joven respondió, “Lavé las manos de mi padre y terminé de asear y acomodar su taller. Ahora sé lo que es apreciar y reconocer. Sin mis padres, yo no sería quien soy. Al ayudar a mi padre ahora me doy cuenta de lo difícil y duro que es conseguir hacer algo por mi cuenta. He llegado a apreciar la importancia y el valor de ayudar a la familia.

Al escuchar esto el director dijo, “Esto es lo que yo busco en mi gente. Quiero contratar a una persona que pueda apreciar la ayuda de los demás, una persona que conoce los sufrimientos de los demás para hacer las cosas, y una persona que no ponga el dinero como su única meta en la vida. Estás contratado”.

Muchos debemos la persona que somos a nuestro padre; a veces, hombres que han dejado sus estudios por criar a una familia, que han trabajado en oficios que no eran lo que deseaban, pero que bien llenaban las necesidades de su creciente familia a pesar de sus sueños, dolores y enfermedades. El mundo está lleno de hombres dignos que no son menos por no tener tanto dinero como Rockefeller, pero son ricos en amor y en todo lo que un hijo agradecido puede otorgar a un padre amoroso.

Hoy quiero hacer este pequeño homenaje a aquellos hombres que, como mi padre, conocieron el dolor del trabajo duro desde una edad temprana, para apoyar a su abuela en su crianza y mantenimiento. Quiero que mi padre sepa que, aunque muchas cosas han pasado entre los dos, tanto buenas como malas, lo admiro y respeto por su esfuerzo, guía y sufrimiento, y que, por sobre todas las cosas, lo amo porque no hay dos como él. Gracias, papá, por preocuparte más por mi bienestar que yo misma, eso es algo que no podré entender y aunque esto a veces me exaspera, lo agradezco infinitamente.

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Para ustedes, padres, que han tenido la guía amorosa, a su vez, de sus padres y saben cómo hacer bien su papel y han criado hijos talentosos, también mis más sinceros deseos de felicidad. Y para nosotros, los hijos, como el joven del relato, aprendamos a mirar las manos cicatrizadas de nuestros padres, que se sacrificaron por nuestro bien y veneremos sus esfuerzos.

¡Feliz Día del Padre para todos!

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Erika Otero Romero

Psicóloga con experiencia en trabajo con comunidades, niños y adolescentes en riesgo.