Por lo que más quieras, y si quieres ser feliz, ¡deja de compararte con otras!

Uno de los grandes impedimentos que tenemos para ser feliz es estar constantemente comparándonos con los demás. Esto no sólo daña nuestra autoestima, también afecta terriblemente nuestra relación con los demás.

Emma E. Sánchez

Hace algunos años, siendo una madre joven con tres hijas pequeñas y buscando cumplir con todo lo que se requería de mí en mi casa, el trabajo, mis amistades y queriendo satisfacer todo lo que suponía que la gente a mi alrededor esperaba de mi persona, experimenté una terrible depresión al decepcionarme de mí misma, pues al ver que por más que me esforzaba y trabajaba horas extras, limitaba mi tiempo de sueño y buscaba momentos extras para cumplir cabalmente con todo, no lograba jamás hacerlo. Nunca estaba a la altura.

Al hablar del tema con mi esposo resultó peor mi pesar al confesarme que yo lo presionaba demasiado a él y a mis hijas en aras de llegar a ser la familia ideal, perfecta y feliz que en mi loca cabeza yo pensaba debía ser.

Estuve a un paso de perder incluso la salud, pues el peso y mi apariencia también entraban en la terrible y absurda competencia que me había impuesto. Por fortuna ese episodio triste fue breve, y pronto pude sobreponerme y anteponer la inteligencia a los arranques y medidas no bien pensadas.

Hoy vivo mis cuarenta en un ambiente de mucha tranquilidad y plenitud. Mis hijas crecieron y ya son adultas, logré las metas personales y profesionales que un día como joven madre pensé que nunca vería cumplirse y sí, continúo en la batalla de cuidar de mi peso, mi aspecto personal y sobre todo mi salud.

Ahora, cuando veo a una madre joven “corriendo de un lado a otro”, llena de ánimo y de metas sonrío, e imagino que en algún momento fui así; pero al ver a alguna mujer joven agotada, triste, decepcionada y sobre todo con ese terrible sentimiento de incapacidad o de no ser lo suficientemente buena para lograr todo lo que se propone, entonces, con cariño, como lo hago hoy contigo mientras me lees, intervengo y le platico mis aprendizajes de juventud en cinco lecciones:

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1. Hay tiempo, tranquila

Querer hacer todo en un día y cumplir una agenda apretadísima no te convierte en una mejor persona. Hay tiempo y hay etapas que debemos vivir y pasar, conscientes de lo que hacemos. No debemos acelerar procesos, y mucho menos cuando se trata de nuestros hijos y nuestro esposo.

Había un poema muy lindo que no logro recordar completamente y desconozco el nombre del autor, pero los primeros versos decían así: “Polvo de la casa puede esperar,/ que arrullo a mi hijo pequeño / y el poco tiempo en mis brazos lo veré soñar…”.

El poema habla de una madre que, sabiamente, elegía lo importante sobre lo pasajero, como lo puede ser el aseo perfecto de una casa. Hay tiempo para tus niños, para ti, tu matrimonio, tus amistades y familiares; para retomar tus estudios y volver al trabajo o a tus metas personales. Bien dice el adagio aquel: “Hay que darle tiempo al tiempo”.

2. Tú y tu familia no están para cumplir las expectativas de nadie

La familia de la fotografía perfecta en la casa perfecta es una situación que se dará cuando menos lo acuerdes. No te desgastes en la forma, trabaja en el fondo. No cometas el error de querer mostrarles afanosamente a los demás que eres feliz, que tienes lo suficiente, que tus niños son educados, que tu esposo te quiere, que eres una súper esposa, madre, mujer profesionista que puede con todo y que los sábados prepara galletas para llevar a los enfermos. No hay nada que mostrar a los demás. Tu trabajo, esfuerzo, sacrificio y cariños lo notarán quien deba verlos y tú eres la púnica persona a quien debes dar cuenta cada noche, y dormir entonces complacida por haber hecho lo que estuvo en tus manos con cariño y honestidad.

3. Jamás te compares con otras mujeres

Las mujeres daríamos pasos agigantados si nos volviéramos más solidarias las unas con las otras. Ayudarnos en lugar de meternos el pie y hacernos caer; en lugar de eso, hay que apoyarnos y fortalecernos. Muchas mujeres somos duras juzgando a otras como si fuésemos perfectas e inmaculadas, y hay otras peores, quienes se juzgan a sí mismas con base en criterios imposibles de equiparar, al compararse con otras que han tenido otras oportunidades en la vida, con otras experiencias buenas y malas que las han hecho lo que han llegado a ser y que por más que se esfuercen están en mundos diferentes.

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Juzgarse y tratarse mal a sí misma porque no se es tan linda o tan delgada como fulana, tan inteligente o porque no se tiene lo que ella sí, es para volverse loca. Por favor, ¡no lo hagas!

4. Practica la admiración, emula el buen ejemplo y jamás envidies

Si existe una mujer en tu vida o cercana a ti que te provoque e incentive, decide admirarla, emularla, seguir su buen ejemplo; pero ni la envidies ni te compares, que sea tu inspiración secreta, tu reto a vencer, lo que quieras, pero no permitas que te destruyan la envidia, el orgullo y la soberbia.

5. Eres dueña de tu felicidad

A final de cuentas uno vive lo mejor que puede y tiene lo que se merece, por muy duro que esto suene. Nadie va a hacer por ti lo que tú misma no estés dispuesta a hacer por ti y los tuyos, y sólo tú eres quien decide estar contenta con lo que tienes, trabajar y esforzarse por lo que sueñas y ser feliz contigo misma.

Si no eres capaz de logar este equilibrio en tu vida, créeme, vas a sufrir mucho y te perderás de las cosas lindas que cada día trae para nuestro gozo.

Y, por favor, no olvides que eres una mujer muy afortunada por ser quien eres y por lo que tienes.

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Emma E. Sánchez

Pedagoga y Terapista familiar y de pareja. Casada y madre de tres hijas adultas. Enamorada de la Educación y la Literatura. Escribir sobre los temas familiares para ayudar a otros es mi mejor experiencia de vida.