Principios para mejorar la comunicación con tus hijos

¿Tu hijo adolescente llega de la escuela, se encierra en su recámara o en sí mismo y pone la música a todo volumen? Entonces tal vez este artículo no sea para ti.

Oscar Pech

Dice un antiguo refrán: “La educación de un hijo, inicia veinte años antes de que nazca”. Los padres cuyo hijo mayor empieza a ir al jardín de niños, no imaginan lo que será tener un adolescente en casa. Por lo mismo, este artículo en realidad está escrito para ser leído por quienes tienen bebés recién nacidos.

Comunicarse con adolescentes puede ser muy complicado, pero no todo es culpa de los pobres muchachos. Si nosotros como padres tenemos carencias en la comunicación, puede haber problemas latentes, o situaciones ocultas desde muchos años antes de que los problemas aparezcan, como nos enseña la historia de los grillos cebolleros, o de las cuñas olvidadas. Puede ser que tengamos malos hábitos en la educación de nuestros hijos, cosas que descuidamos o que pensamos que podíamos pasar por alto, que no iban a afectar. Sin embargo, de repente y en medio de todos los cambios por los que atraviesan nuestros hijos en la adolescencia, nos damos cuenta que de las cosas más pequeñas siempre proceden las grandes, y que pequeños descuidos generan grandes desastres.

Hay muchos modelos de lo que es el proceso de comunicación. Acaso uno de los más aceptados hoy día es el siguiente:

En este caso, el transmisor somos nosotros como padres. A través de un canal enviamos un mensaje (que siempre va acompañado de un referente y un código), y se dirige a un receptor, que es nuestro hijo. Para colmo de males, en todo el proceso hay siempre una fuente de interferencia, que puede limitar nuestra eficacia para decir lo que queremos decir, o para que nuestro hijo entienda lo que queremos que entienda. El modelo en realidad es mucho más complejo, pero vamos a mantenerlo en ese nivel.

¿Tienes un problema de comunicación? Yo creo todos, en mayor o menor grado, lo tenemos. Y si te dijera que aquí te voy a dar todas las soluciones, te mentiría. Es imposible hacer generalizaciones absolutas que funcionen, porque pueden ser diferentes factores lo que pueden estar fallando. Veamos los principales problemas a nivel técnico, semántico, o de efectividad.

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Los padres (el transmisor)

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Aspectos técnicos

Tienen que ver con ser precisos en lo que queremos decir, con ser exactos en la transmisión: hablamos con un buen volumen (ni muy alto ni muy bajo), llamando a las cosas y a las partes del cuerpo por su nombre y en el tono de voz adecuado. Por ejemplo, si hablamos siempre a gritos, llega un momento en que éstos se vuelven algo normal. Si nuestros ruegos van acompañados con la lágrima fácil, llega un momento en que ya no conmovemos, e incluso logramos un efecto opuesto al que deseábamos: nuestros hijos nos ignoran.

Problemas semánticos: la comprensión

En el modelo, el mensaje va acompañado de un código (un idioma) y un referente (un conocimiento compartido). Nuestros hijos muchas veces hablarán un idioma diferente al nuestro, aunque ambos creamos que estamos hablando español. Es necesario hacer ajustes: habrá palabras en ellos que nos irriten, y habrá expresiones nuestras que les parecerán ridículas. Habrá cuestiones de normas, puntos de vista, costumbres, que a nuestros hijos y sus pares les parecerán MUY anticuadas, y a nosotros escandalosas. Para comunicarnos, ambos tenemos que ser conscientes de ello y buscar el punto intermedio donde pueda darse la comunicación.

La comunicación efectiva implica cambios

La comunicación no es solo expresarnos correctamente, sino tener efectividad en modificar la conducta del receptor (es decir, de nuestros hijos). Cuando son niños pequeños nos obedecen en todo, porque nos creen todo. Si somos coherentes en nuestra conducta, cuando crezcan nos seguirán creyendo. Acaso no igual, pero si ellos saben en su corazón cuánto les amamos, si se los demostramos dándoles tiempo de calidad, en cantidad, nuestra comunicación siempre tendrá efectividad.

El mensaje

. Hay mensajes difíciles. Para ellos, debemos prepararnos de manera especial. Como cuando vamos a hablar de sexualidad con nuestros hijos, o cuando vamos a poner reglas acerca de salidas con sus amigos en la noche. Debemos estar dos pasos delante de ellos en todo sentido y, créemelo, no solucionas el problema evitándolo. Yo debí haberme preparado para hablar de sexualidad con mis hijos antes de que entraran en la adolescencia, sin ponerme rojo al hacerlo. Cuando el mensaje es “espinoso”, es bueno preparar el canal, el ambiente: ayuda mucho cuando uno está trabajando con ellos. Cuando están en una caminata, o si las manos están ocupadas en algo, las ideas fluyen mejor y son mejor recibidas.

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Redundancia

Las fuentes de interferencia se eliminan con la redundancia: mejora la exactitud, rectifica los errores de canal, elimina la interferencia tanto en el mensaje, como en la audiencia. En buena medida, la redundancia en la comunicación familiar viene con la repetición, la cortesía y los buenos modales. Hay excepciones, pero son eso: excepciones.

El receptor

. Es cierto, un adolescente está pasando por tantos cambios en su interior, que sería injusto pedirle que sea el receptor perfecto que fue durante los años de su infancia. Nosotros, que estamos en un punto más estable de nuestras vidas, tenemos el deber de ser flexibles en ese sentido. Es más, probablemente tu hijo adolescente no quiera comunicarse contigo. Ni modo, es algo que no podemos cambiar. Lo que sí es muy importante es que le hagas saber de continuo, por diferentes medios, que tú sí deseas comunicarte con él, y que cuando él desee comunicarse contigo, allí estarás, dispuesto y anheloso para escucharle.

El ciclo inverso

. Claro, una vez que la información ha fluido de nosotros a ellos, entonces viene la parte inversa, donde tu hijo es el emisor y tú el receptor. Ello conlleva dos grandes desafíos: Primero, ahora tú tienes que hacer que ellos hablen. Y, en segundo lugar, tú tienes que estar dispuesto a escucharles. Con estos principios, por supuesto que puedes lograrlo.

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Oscar Pech

Oscar Pech ha dedicado su vida a la enseñanza, la lectura, la escritura y la capacitación en diferentes partes de la República mexicana. Es una persona profundamente comprometida con la familia y los valores morales.