Y tú, ¿juzgas o ayudas?

Criticar y juzgar pueden convertirse en serios defectos de carácter. Te invito a leer este artículo y transformar ese mal hábito en una virtud.

Emma E. Sánchez

Hace unos meses mi hija mayor tuvo la oportunidad de convivir y trabajar muy de cerca con otra joven, ambas eran extranjeras en un país lejano y dependían del esfuerzo de la otra para juntas salir adelante y lograr los propósitos de su viaje. En la correspondencia que mantuve con mi hija durante ese tiempo, me platicaba lo difícil que le estaba resultando la convivencia con esta chica, a la que llamaré Paty.

En sus cartas, me contaba que a Paty se le dificultaba mucho aprender el nuevo idioma, no le gustaba estudiar ni esforzarse y que además se quejaba mucho de la comida y de la gente; por lo que le parecía que era una compañera muy difícil. Al principio, yo hacía sugerencias de cómo tratarla y qué hacer para que la mala actitud de Paty no interfiriera en el ánimo y desempeño de mi propia hija. Recuerdo haberme sentido muy molesta y enojada hacia las personas encargadas de la supervisión de las chicas, al no haber detectado la problemática que estas jovencitas vivían y por lo tanto, no ayudarles a resolverlo. Incluso, admito haber generado malos sentimientos hacia Paty: ¿cómo era posible que una mujer joven como ella, tuviera ese tipo de comportamiento?

Poco a poco, mi hija dejó de quejarse y comenzó a expresarse mejor de su compañera; yo creía que lo hacía para no preocuparme más por ese respecto. Así que, mientras comenzaba a escribirle una carta expresando mi malestar y desacuerdo, me llegó el correo de una mujer que no conocía: era de la mamá de Paty. En su carta, con mucho amor y humildad, esta mujer me agradecía que yo tuviera una hija generosa y paciente, una compañera perfecta para su hija quien, teniendo una discapacidad mental, se esforzaba y progresaba porque alguien le tenía la paciencia necesaria.

Su carta me rompió el corazón, ya que yo había juzgado duramente a una jovencita que, a pesar de sus dificultades, se esforzaba como pocas. ¿Qué aprendí de esta experiencia? A continuación lo comparto contigo.

Mujeres juntas, ¿ni difuntas?

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1. La dificultad de emitir un juicio justo

No es conveniente emitir juicios solamente a partir de la opinión de alguien. La moneda siempre tiene dos caras, por lo que es necesario escuchar ambas versiones de los hechos antes de tomar una resolución, dar una opinión o inclusive juzgar una situación.

2. No emitir juicios de manera precipitada

Algunos de nosotros somos prestos a señalar defectos, dar opiniones y lanzar juicios de manera abrupta sobre ciertas situaciones o personas, incluso haciendo de esto un hábito personal. Mantener la boca cerrada y esperar unos minutos antes de decir algo, nos ahorrará muchos problemas y sin sabores. Pensar antes de hablar y evitar decir algo si esto no es positivo, son pautas que debemos ejercitar, poniéndolas en práctica.

3. Debemos entender el contexto de la persona

Muchas veces, juzgamos a quienes nos rodean desde nuestra propia perspectiva y sin considerar sus condiciones de vida, sentimientos y discernimiento. Ponernos en “sus zapatos” es la invitación a desarrollar la empatía y la comprensión. Cuando observamos toda la situación en su conjunto, nos es mucho más fácil comprender por qué alguien se comporta o hace algo de forma determinada. Si hacemos esto, tendremos más y mejores herramientas para ayudar, nuestro juicio se verá clarificado y el deseo de ayudar sinceramente comenzará a fluir.

4. Ayudamos más al ser pacientes y tolerantes

Juzgar es muy fácil: es cómodo, lo podemos hacer de manera rápida e inclusive puede darnos popularidad en algunos sectores. En contraste, ayudar a construir y colaborar para hacer algo por los otros, requiere de nuestro tiempo y de anteponer sus necesidades a las nuestras. Esto es justamente lo que nos vuelve mejores personas. Mientras que juzgar destruye, ayudar construye.

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Cuando el viaje de mi hija terminó y tanto ella como Paty regresaron a sus respectivos hogares, ambas volvieron habiendo construido una amistad sincera y un cariño profundo. Lo más hermoso es que, cuando mi hija tiene alguna dificultad, Paty es la primera que está dispuesta a ayudarla.

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Emma E. Sánchez

Pedagoga y Terapista familiar y de pareja. Casada y madre de tres hijas adultas. Enamorada de la Educación y la Literatura. Escribir sobre los temas familiares para ayudar a otros es mi mejor experiencia de vida.