A mi hijo le enseñan cosas en la escuela que no concuerdan con mis creencias. ¿Qué hago?

Muchas veces lo que nuestros hijos aprenden en la escuela es absolutamente diferente de lo que nosotros aprendimos de nuestros padres. ¿En qué deberíamos creer más? ¿En la religión o en la ciencia?

Por Óscar Pech

“Es ridículo creer en que todos los seres humanos descendemos de una misma pareja: Adán y Eva”, dijo hace tiempo una alumna en medio de una clase. Ella estaba convencida de que estaba enunciando La Verdad. Me quedé un momento en silencio, pensando. Entonces respondí que se me hacía todavía más difícil creer que todos los seres vivos del planeta: animales vertebrados e invertebrados, plantas fanerógamas y criptógamas, seres uni y pluricelulares, en todas sus variedades, viniéramos todos de un mismo antepasado común: un organismo unicelular. Y todavía más, insistí: qué difícil darle a esa teoría (la teoría de la evolución) carácter de ley, cuando esa teoría implica que en cada etapa de la evolución, hay un eslabón entre una especie y otra. Muchas veces pensamos en “el eslabón perdido”, y pensamos en algo que es muy parecido a un hombre de las cavernas, pero no: son miles y miles de eslabones perdidos y, para infortunio de los darwinistas, no se ha encontrado uno solo. Sí, para el observador objetivo, es mucho más fácil creer en que Dios creó a Adán y a Eva, y no en una teoría que no tiene absolutamente ninguna comprobación en los hechos: las especies evolucionan continuamente, sí, pero jamás de una especie a otra.

Aquí alguien podría levantar la mano y preguntarme que eso qué; que cuál es la diferencia entre enseñar a nuestros hijos a creer en una cosa o en otra, o incluso creer en ambas. Si se piensa con calma, La idea es vital: ambas creencias son opuestas y excluyentes: si hubo una creación y una caída, no hubo evolución. Si hubo evolución, entonces la Biblia está equivocada y todo es solo un cuento. Y sí, entre enseñar a nuestros hijos a creer en el relato bíblico o no, yo encuentro por lo menos tres diferencias abismales:

  1. A largo plazo, si Dios existe, todo el destino eterno de nuestros hijos está de por medio.

  2. A corto plazo, hay una actitud hacia la vida y hacia el futuro muy particular, cuando pensamos en que no hay Dios y que la muerte es el final de todo: hay un sentido de inmediatez, de que no hay consecuencias eternas (para bien o para mal).

  3. Doctrinalmente, hay muchas cosas que valdría la pena considerar, y que escapan al tamaño de un breve artículo, pero creo que hay un aspecto por el que es vital enseñar a nuestros hijos a creer en la historia de la creación: sin una caída del hombre, no habría necesidad de una Expiación, y ese es el corazón de este artículo.

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Cuando yo era niño e iba a la iglesia, el sacerdote por lo general nos hablaba de tres cosas, vez tras vez: la fe, la esperanza, la caridad. En aquellos años nunca me puse a pensar muy en serio en estos aspectos. No entendía en qué radicaba la importancia de estas tres cosas, hasta no hace mucho tiempo, en que me puse a reflexionar al respecto. Permíteme compartirte el por qué creo que es tan importante que esos tres principios sean el cimiento de la educación o crianza de un niño.

Fe

Si la fe es, en parte, la creencia de las cosas que no vemos, entonces todos, hasta el más ateo, tenemos fe. Tenemos fe en nuestros amigos, en nosotros mismos, en la humanidad. Pero lo vital es tener fe en Cristo. Es fundamental que nuestros hijos sepan a dónde pueden acudir por ayuda cuando su capacidad humana no puede solucionar sus problemas. Además, la fe en Cristo es lo que nos mueve a arrepentirnos, porque sabemos que hay quien nos perdone. Si enseñamos a nuestros hijos a tener fe en Cristo, eso les dará paz en su vida, con respecto a su relación con la Divinidad.

Esperanza

La esperanza es expectativa, es la confianza en algo que está por venir. Quien cree en la evolución, puede o no tener esperanza, pero ésta estará determinada por las circunstancias actuales, o su esperanza será un optimismo hueco. Puede tener tanta esperanza como se lo permita el calentamiento global, las crisis recurrentes, el agujero en la capa de ozono, la globalización. Quien tiene esperanza en Cristo, por su parte, confía en Dios, tiene el anhelo de recibir las bendiciones que se han prometido a los justos. La esperanza es la cualidad que permitirá que nuestros hijos tengan paz con respecto a su futuro eterno.

Caridad

Mucha gente entiende “caridad” como limosna, pero no: la caridad es amor, sí, pero es un amor en un nivel mucho más fuerte, más noble y más elevado, y no tan sólo un sentimiento de afecto. Es el amor de Dios que hace que nosotros, a la vez, podamos amar a nuestros semejantes. Quien sólo cree en la evolución puede desarrollar amor, por supuesto, pero si la caridad es el amor puro de Cristo, evidentemente dicha persona no puede tener caridad. La caridad es la cualidad que hará que nuestros hijos tengan paz perfecta para con sus semejantes.

Hay mucha gente atea en el mundo que es buena, honorable, sincera, leal. No estoy tratando de estigmatizar a nadie. De hecho, con vergüenza confieso que cuando mis hijos eran pequeños, yo cometí el error de no permitir que ellos hicieran amigos, sino con quienes eran estrictamente de nuestras creencias, y ahora ya de viejo veo que eso no era tan buena idea. Lo ideal habría sido no excluirlos del mundo, sino ayudarles a “estar en el mundo, sin ser del mundo”, siendo una ayuda para el mundo. Hoy día creo haber descubierto que el enseñar (porque sí: estos principios se enseñan) a nuestros hijos a tener fe, esperanza y caridad, es darles el cimiento para que ellos puedan tener estabilidad y paz; así como una relación correcta en esta vida para con Dios, su futuro, y sus semejantes.

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