A mi madre que se fue al cielo sin que yo jamás le dijera que la amaba

La vida pasó en un abrir y cerrar de ojos, y el tiempo te arrebató de mi lado. Siempre habría una mañana, siempre habría un nuevo día para por fin animarme a decirte cuanto te amo.

Mariel Reimann

La vida pasó en un abrir y cerrar de ojos, y el tiempo te arrebató de mi lado. Siempre habría una mañana, siempre habría un nuevo día para por fin animarme a decirte cuanto te amo.

Las tardes de nuestra infancia parecían eternas, mientras que para ti, las horas del día no alcanzaban. Dedicaste cada minuto de tu existencia para criarnos y darnos todo lo que pudiste para que nuestro destino fuera mejor que el tuyo. Horas de pie trabajando, noches enteras sin dormir, sacrificios interminables y un amor del que no se habla, pero que se ve.

Nos enseñaste a amar con obras, por que así amabas tú. No había besos antes de ir a la cama, ni se escuchaban “te quiero” o “te amo” en el hogar que construiste con papá, sin embargo, nos amaste con cada fibra de tu ser y diste todo por cada uno de nosotros hasta el último latido de tu corazón.

Si pudiera volver el tiempo atrás o gravarme un mensaje ahora que por obra de un milagro pudiera escuchar en mi juventud, me hubiese dicho que no dejara pasar un día sin abrazarte y decirte cuanto te amaba.

La vida me dio la bendición de cuidarte hasta que Dios decidió llevarte de nuestro lado. Levantarme por las noches cuando tu mente ya anciana divagaba confundida, decirte que todo estaría bien, ayudarte a conciliar el sueño, lavar tus cabellos de nieve y tu piel surcada por el tiempo, fue mi manera de gritarte cuanto te amaba.

Advertisement

El amor que no se ve, es el amor que se dice, es el amor que se confiesa, y no el que se profesa. Los tiempos, las costumbres, y la crianza te enseñaron a no decir lo que sentías y te fuiste sin decirlo y sin escucharlo.

No pasa un día de mi vida en el que no piense en tu legado, en tus sacrificios y los valores que nos dejaste. Es tarde, muy tarde, pero nunca pierdo la esperanza de que un ángel en el cielo nos “regale un minuto más”.

Los recuerdos abundan. Las risas, los nervios, los errores, las tardes interminables de conversaciones, a veces sin sentido, pero llenas de verdades, la vida, los sueños, y ese sentimiento de que siempre habría un minuto más.

Tu presencia se ha convertido en la más profunda de las ausencias. Hoy ya no estás con nosotros, y mi mente ahora vaga entre tus memorias, tus cosas, tu aroma, tus palabras, tu ejemplo y tus anhelos.

Me gustaría que tomaras este minuto más para escucharme decirte cuanto te amo y cuanto te extraño mi madre adorada.

Advertisement

Tu hija

Mi abuela se marchó al cielo hace unos meses, y ninguno de sus cinco hijos jamás le dijo cuanto la amaban. La crianza o los tiempos en los que vivieron, los hicieron de esa forma. El amor no se decía, el amor se mostraba con hechos.

Ser madre, ¡siempre vale la pena!

La vida es como una brisa, parece que se mueve lentamente y que siempre habrá tiempo, pero la velocidad con la que pasa nunca te da la oportunidad de volver atrás. Esta carta de mi madre a mi abuela muestra el dolor que produce no decir lo que sentimos en el momento en el que lo sentimos.

Aprovechen para abrazar a sus madres y decirles cuanto las aman, utilicen el minuto que tienen ahora entre sus manos, por que no siempre viene un ángel a regalarnos ese minuto mas.

Advertisement
Toma un momento para compartir ...

Mariel Reimann

Mariel Reimann estudió leyes en la Universidad de Córdoba, Argentina y vive en Salt Lake City, Utah. Es madre de dos hijas que son la luz de su vida.