Cómo detectar la depresión en un niño y qué hacer al respecto

Nuestros pequeños nos aman tanto, que giran siempre alrededor nuestro. Y a veces los hace tomar sobre sus hombros cargas que no les corresponden.

Marilú Ochoa Méndez

Me ha conmovido siempre el saber que cuando tratamos mal a un niño, ellos no dejan de amarnos, sino que dejan de amarse a sí mismos.  La salud emocional de un niño siempre se forja a partir de sus experiencias primarias, particularmente durante al primera infancia.  A ellos, como seres en formación, pequeños, indefensos y llenos de amor, inocencia y bondad, las alteraciones de esta salud mental, los afectan grandemente.

A diferencia de la depresión en adultos cuyos síntomas son más evidentes y claros, los expertos afirman que la depresión infantil puede pasarnos desapercibida con más facilidad.  Esto es riesgoso, porque hay muchos pequeños sufriendo en soledad porque no nos damos cuenta. Según UNICEF, con datos de octubre de 2021: “el 15% de los niñas, niñas y adolescentes de entre 10 a 19 años de América Latina y el Caribe vive con algún trastorno mental diagnosticado, lo que equivale a alrededor de 16 millones“.

Vista o no vista, la depresión infantil, azota a nuestros pequeños, y es urgente que nos preparemos para distinguirla, acompañarla y procurar su sanación.

Síntomas de depresión en niños de 3 a 5 años

En esta edad, aunque los niños vivan situaciones muy adversas y dolorosas, la depresión no muestra su rostro, pero echa raíces que brotarán más adelante.  Nuestros niños están expuestos a este daño no solo cuando reciben golpes, por ejemplo. 

La psicóloga Ana Bonilla nos dice que “en esta etapa los niños quieren conocer el mundo. Si los padres desaprueban esto o desean controlar demasiado, los niños no querrán explorar ni separarse de ellos“.  Esta experiencia insatisfactoria, merma su desarrollo natural, y generará un hueco en ellos para los años por venir..

Síntomas de depresión en niños de 6 a 12 años

Una señal clara para comenzar a indagar en estos pequeños es la autodesvalorización: que los niños tengan un pobre concepto de sí mismos (soy pobre, soy feo, soy incapaz, soy tonta).  También, ver en ellos periodos prolongados de tristeza es otra señal de alarma junto con el aislamiento social y la baja tolerancia a la frustración.  

Si el infante se encuentra desmotivado, llora frecuentemente sin razón aparente, se da por vencido fácilmente o tiene problemas recurrentes de conducta, es preciso prestar atención detallada a su situación y atenderle.

Síntomas durante la adolescencia

Esta etapa de tan intensos cambios emocionales, físicos e intelectuales nos brinda un reto: saber distinguir al adolescente deprimido, de quien experimenta un cambio o crisis transitoria.  Nuestra mejor arma para lograr esta distinción es conocer al chico o chica, observarlo detalladamente y tratar de establecer un diálogo cercano que nos permita discernir cuál es el caso.

La búsqueda de intimidad, el rechazo a lo que los adolescentes identifican como “pertenecer o depender de papá y mamá”, pueden descolocarnos, y es fácil que interpretemos los cambios que experimentan nuestros hijos como “normales”, pero es muy importante prestar atención a nuestra intuición y a la cerrazón al diálogo, el cambio o la motivación, para tomar cartas en el asunto.

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Las afecciones familiares y tu corazón son un buen termómetro

Si algún pariente cercano sufre ansiedad, ha sufrido depresión o alguna enfermedad mental, esto también puede generar en los niños y jóvenes un estado de desequilibrio que lleve a la depresión.

Lo que a tus ojos salga de lo normal, lo que te cause inquietud con base en tu corazón, tu sensibilidad, tu observación amorosa te da también un norte para atender a un pequeñito que notes desubicado, demasiado “maduro” o “serio” para su edad, demasiado “responsable”.  La clave es la duración y severidad del comportamiento de niños y jóvenes.

La mejor y más fácil solución a esta pandemia

Dieciséis millones de niños y jóvenes entre 10 y 16 años en Latinoamérica experimentan estados mentales alterados que afectarán su vida entera, según la estadística de la UNESCO que te compartíamos arriba. ¡Es terrible!

Los padres, los maestros, los adultos, leemos esto y nos duele el corazón.  Pueden llegar el agobio y la desesperanza: ¿qué haremos?, podemos preguntarnos.

La solución es sencilla. Primero, detectar.  Luego, acompañar.  Luego, atender.

Tienes todas las herramientas

Nada como la mirada amorosa de un adulto para que este pequeño reciba contención y acompañamiento.  No tenemos que ser expertos, solo tenemos que acompañarlos.  Que sepan que estamos ahí, que se sientan de interés y valor para quienes convivimos con ellos, es la clave.

Nunca como ahora las personas hemos estado presentes y ausentes al mismo tiempo.  Y nunca como ahora ellos han estado en entornos de “convivencia” sin sentirse parte de sus grupos. El reto de la época para padres y jóvenes es conectar. Saber ser usuarios saludables de los dispositivos móviles, saber entregar tiempo de calidad y cantidad al otro, para acompañarlo de verdad. 

Tú puedes prevenir la depresión y colaborar a su sanación

Algunos padres, cuando saben que sus hijos padecen alguna enfermedad o patología mental, se abruman, asustan y desean llevar al hijo para que el psicólogo, terapeuta o psiquiatra, lo “cure”. 

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Esta situación no se resuelve solamente desde un flanco.  Si el pequeño sufre, es porque su entorno lo hiere, lo lesiona. ¿Y si revisamos el hogar?, ¿revisamos el tiempo que les estamos dedicando?, ¿revisamos nuestro manejo de la ira y de las correcciones en casa?, ¿revisamos la dinámica entre los hermanos?. ¿Ya fuiste a darte una vuelta a su escuela?, ¿qué sabes de sus amigos?

¿Saben nuestros hijos que cuentan con nuestro amor desinteresado?, ¿nos tienen confianza?, ¿conocemos su mundo interior?, ¿valoramos la riqueza que tiene cada uno de los niños y jóvenes que tenemos al lado?, ¿se saben amados y valorados incondicionalmente?

Los corazones de tantos pequeños nos urgen a mirarlos, contenerlos y atenderlos.  No hablamos solo de nuestros hijos, sino de una generación de niños y jóvenes que crecen sin contención ni apoyo.  A ti y a mi, adultos del siglo XXI, nos corresponde gestionar esta grave situación. Comencemos a hacer algo hoy. 

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Marilú Ochoa Méndez

Enamorada de la familia como espacio de crecimiento humano, maestra apasionada, orgullosa esposa, y madre de siete niños que alegran sus días. Ama leer, la buena música, y escribir, para compartir sus luchas y aprendizajes y crecer contigo.