Cómo explicar a los niños que Dios no castiga

Como padres, tenemos la misión de mostrar a nuestros hijos el inmenso amor de Dios y explicarles por qué él no castiga, sino que nos ama profundamente.

Marilú Ochoa Méndez

Tengo un precioso bebé de un año y medio que me pone a sudar. Es preciso mirarlo todo el tiempo, porque corre a velocidades insospechadas a hacer travesuras y desmanes.

Mis hijos tienen la seguridad, de que quiere suicidarse (es broma), pues se coloca en el borde más alto del juguetero, se asoma desde el segundo piso, en resumen, es temerario, aventurero e indomable.

Esta semana decidió que era divertido ponerse en cuatro patas y tomar agua del plato de nuestro perro. En cuanto lo detectamos, decidimos poner cartas en el asunto para evitarlo.

Estoy segura que para él soy -como mínimo- una aguafiestas. ¡Arruino su diversión!. Pero no puedo permitírselo, no importa qué tanto “sufran” su intención, su imaginación o sus ganas.

Lo protejo porque lo amo, es mi responsabilidad, y sé mejor que él (por ahora al menos) lo que le conviene.

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Con Dios sucede lo mismo

Le he pedido a Dios muchas veces que mejore la situación económica de mi familia. Es duro ver a mi esposo apesadumbrado, o a mis hijos sufriendo, y eso me hace rogarle aún más. Pero él no me ha respondido como lo he pedido.

No significa que no me ame, tampoco que desoiga mis plegarias. Creo firmemente que significa que para Él, aún no es momento.

Sé que en Su misericordia y con base en el bellísimo plan que tiene para mi familia, mantiene algunos problemas que vivimos por nuestro bien, por nuestra salud espiritual, para encaminarnos a la vida eterna.

Dios me ama entrañablemente (y a ti también)

Soy mamá. Amo profundamente a mis hijos. Creo que el amor que siento por ellos es uno de los más puros que experimentaré jamás, pero -para mi pesar- me descubro más veces de las que me gustaría, haciéndoles daño.

Creo saber amar, pero fallo. Y así como soy, a veces me he atrevido a juzgar el amor de Dios. ¡Gran error!

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Dios sí sabe amarnos. Él siempre nos mira con misericordia, teniendo piedad y hasta un enamoramiento absoluto de mi persona a pesar de mis fallas, de mis caídas constantes. Él me dice que hasta los cabellos de mi cabeza están contados (¿no es esta una muestra enorme de devoción?).

Dios da cosas buenas a sus hijos

En el Evangelio de San Mateo leemos: “Pues si ustedes que son malos saben dar buenas cosas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que se las pidan!” (Mt 7: 11).

El problema (o la solución) están justamente en la palabra “cosas buenas”. ¿Buenas para quién?, ¿para ti?, ¿para mí?, ¿para nuestros hijos?, ¿para este mundo lleno de vanidad y orgullo?, ¿para que nuestra alma se salve?

De la respuesta que demos a esa pregunta dependerá cómo tomamos lo que nos sucede por voluntad de Dios. Y de nuestra vivencia de esa realidad, dependerá cómo comunicamos a nuestros hijos este abismo insondable, sobreabundante e infinito de amor que Él nos tiene.

¡Pero a veces duele!

Seguro tus pequeños se han herido alguna vez, y han tenido que pasar un mal rato mientras limpiabas su herida. No lo has hecho por hacerlos sufrir, sino por evitarles un sufrimiento o afectaciones mayores, ¿cierto?

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En efecto, muchas cosas que experimentamos duelen. La vida está hecha de contrastes: sufrimos frío, pero así notamos la calidez de un abrazo, o del sol en un día de playa. El hambre que es tan incómoda, hace que disfrutemos enormemente de una humeante sopa o una rica hamburguesa.

El dolor, el cansancio, la tristeza, la incomodidad, son parte de la vida. Podemos sobreponernos a ellos, dependiendo de nuestra perspectiva, de hacia dónde caminamos.

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Tus hijos, ¿saben hacia dónde van?

En nuestra labor de padres, tengamos cuidado de enseñarles que lo más importante. No es lo que logremos en esta vida, a los ojos vanos de la gente que nos rodea, sino los tesoros que acumulemos en el cielo.

Para ello, recomiendan los sabios educarlos con un poco de hambre y un poco de frío. Esto no significa que deliberadamente los descuidemos, sino que les mostremos prácticamente lo que decía Paul Claudel: que “no estamos hechos para el placer, sino para el heroísmo“.

Para ello, es indispensable enseñarles desde pequeños a mirar siempre a los demás y a considerarlos. Es responsabilidad de los que tienen dar a los que no tienen.

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Estamos en el mundo, pero no somos del mundo

En el Evangelio de San Juan, se nos dice “aunque estemos en el mundo, no somos de él” (Jn 7, 16). En la conciencia clara de esta realidad descansará la mejor explicación que demos a nuestros hijos sobre Dios, Su amor, Su justicia, y el motivo por el que nos pasa lo que nos pasa (que nunca es porque seamos “castigados”).

Por ejemplo, una enfermedad de un miembro de la familia o algún otro ser querido, si lo ves con los ojos del mundo: te incapacita, te descapitaliza, y amenaza con alejar de ti a esa persona. Pero desde los ojos del Cielo, es una caricia: nos obliga a mirar lo que realmente importa, a aprovechar cada segundo juntos, a dar gracias por la salud.

Nuestra mejor enseñanza es lo que hacemos

Es fácil escribir sobre esto, y será fácil contárselo a nuestros hijos, lo complicado será hacerlo vida en el día a día.

Que tú y yo dejemos de quejarnos por la pila interminable de platos sucios, y demos gracias por estar ocupadas, por tener agua corriente, por haber comido este día, será el inicio de esta labor de hacer vida esta realidad.

Oremos juntos en casa, leamos la palabra de Dios, conozcamos vidas ejemplares de hombres y mujeres valientes que aprendieron a vivir felizmente en la tierra y arrancaron la corona de su santidad con una entrega generosa.

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Promovamos la vivencia de virtudes en familia, seamos los primeros en pedir perdón y perdonar. Haciendo vida el llamado de Dios, no tendremos ni siquiera que explicar a nuestros hijos por qué Él no castiga, sino que nos ama inmensamente.

Dios nos dé la gracia de lograrlo.

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Marilú Ochoa Méndez

Enamorada de la familia como espacio de crecimiento humano, maestra apasionada, orgullosa esposa, y madre de siete niños que alegran sus días. Ama leer, la buena música, y escribir, para compartir sus luchas y aprendizajes y crecer contigo.