Cuando el dolor es tan grande, que te lleva a anhelar la venganza

Antes que la rabia se apodere de tu vida y te domine, deja que sea Dios quien decida qué camino debes tomar.

Marta Martínez Aguirre

El sábado en la mañana me levanté temprano, le di de comer a mis gatos y empecé las tareas del hogar. Mientras las llevaba a cabo, veía a los gatos jugar en el terreno de mi casa, que son 600 m², de modo que ellos tienen bastante espacio para recorrer y jugar entre los árboles, la quinta y las flores. Aurora, una de mis gatas, hacía ya cuatro meses que había dado a luz cuatro hermosos gatitos, de los cuales me quedé con uno.

Sabatino Julgillo

El gatito que elegí para que quedara en casa recibió el nombre de Sabatino, por haber nacido un sábado. Era dulce, juguetón y tan tierno con su mamá. Por las mañanas, me despertaba besándome la frente, trepado al respaldo de mi cama. Yo fingía estar dormida para recibir sus caricias en mi frente. Cuando veía que no me despertaba, colocaba una de sus patitas en mi rostro y me lamía las mejillas; si fingía seguir dormida, tironeaba suavemente de mi pelo.

Sabatino tenía además de un nombre, un apodo, “Julgillo”, cuando se metía en problemas como treparse a un árbol y no podía bajar, su madre Aurora corría a buscarme para que le diera una mano. Sabatino había nacido en casa, su madre era la que yo había adoptado con inmensa ternura, pero Sabatino ya desde la panza de su mamá era deseado y esperado con anhelo. Yo me sentía la “abuela” más radiante del universo. Con el paso de los días, Sabatino se hizo cada vez más mío.

Cada domingo, al salir para ir a la iglesia, vivía el mismo ritual: él me seguía hasta el frente de la calle e intentaba perseguirme, de modo que yo tenía que dar marcha atrás, lo tomaba entre mis brazos y lo retornaba a la casa, cerrando la ventana para que no me siguiera. En forma constante él estaba impregnando todos los rincones de mi existencia. Cuando cocinaba se subía a mis piernas y me pedía mimos; cuando leía, él se acostaba sobre mi Biblia o intentaba comer el cable del ratón de la laptop; cuando oraba de rodillas, él mordisqueaba suavemente mi pelo y me lamía la frente. Sabatino Julgillo era un nuevo despertar en mis días y me llenaba de ternura. Para quien no fue madre, hechos cotidianos como estos eran motivos de alabanza y gratitud hacia Dios, que entendía mi vacío.

El sábado 24 de mayo, vivía una mañana como otras; él corría a mí alrededor y se escondía entre las plantas para que su madre lo buscara. Pero en determinado momento, desapareció, al notar su ausencia prolongada empecé a buscarlo con frenesí. Recorrí el terreno en cada rincón, las casas de los vecinos y muchos ayudaron en su búsqueda. Antes del anochecer un grupo de amigos le encontraron caído en el lado del vecino del fondo, mordido por sus perros.

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Salmos imprecatorios o el deseo de venganza

Cavar su tumba, enterrarlo y despedirlo fue lo peor que tuve que hacer en meses. El dolor me partía el alma, al grado que a las dos de la mañana tuve una crisis de nervios. Salí al patio a llorar a gritos mi angustia por la pérdida de mi amado Sabatino, e invoqué justicia a mi Señor, a manera de los treinta salmos de venganza, o “imprecatorios”, donde el autor hace un reclamo a Dios para que juzgue a los adversarios de uno. Son salmos que parecen desencajar con la ética de amor, misericordia, bondad y paciencia que se encuentran en otras partes de la Biblia. ¿Cómo podemos enfrentar la ira y el deseo de venganza? Según el Dr. Walter Brueggemann, hay tres caminos:

  • Expresarla haciendo justicia por mano propia, lo cual no es apropiado.

  • Negarla, pero tarde o temprano, dice él, “tiende a salir de otra forma que tú no planeaste, en tu familia o en otro lugar”.

  • Puedes “contárselo al terapeuta o entregárselo a Dios”

En psicología hablamos de simbolización, haciendo referencia a un mecanismo de defensa por el que se usa una imagen mental o un pensamiento consciente como símbolo para disfrazar un pensamiento inconsciente, que nos produce un estado de ansiedad. Utilizamos la simbolización al poner en palabras nuestras emociones, como en esos salmos de que hablé arriba, donde el salmista expresa tristeza, su petición de justicia, eleva a Dios su angustia y la simboliza en metáforas.

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De este modo, como psicóloga podría decir que los salmos imprecatorios poseen un gran efecto terapéutico, que permiten hacer el proceso de duelo frente a lo perdido. No significa que desees que “el enemigo” sufra, sino que es un pedido legítimo donde te desnudas frente a Dios y le confiesas: “no puedo más, saca esta rabia de mi alma, no dejes que me contamine y me aleje de ti”.

Deja que Dios te sane

Cuando oras con los salmos imprecatorios, existe un poder sanador vigente en nuestros días, ya que la ira o el deseo de venganza son sentimientos que anidan en nuestro estado caído y es necesario resolverlos de un modo legítimo a los ojos del Dios de amor. Antes de dejar que la rabia se apodere de ti, con humildad deja que Dios te ayude a decidir qué camino tomar. Con ello reconoces Su sabiduría y poder para solucionar ese proceso de dolor y miseria que atraviesas.

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Marta Martínez Aguirre

Marta Martínez es de Uruguay. Posee una licenciatura en Psicología, y un posgrado en Logoterapia. Ama todo lo que hace y adora servir. Es especialista en atención psicológica domiciliaria. Contacto: