El derecho a la libre expresión: dónde empieza y termina tu libertad

Las personas podemos expresar lo que pensamos, siempre desde el respeto a la individualidad.

Erika Patricia Otero

Los seres humanos por naturaleza somos sociales. Para bien o para mal, una de las tantas maneras de relacionarnos es mediante la comunicación oral, escrita, o por señas . También nos expresamos a través de nuestro cuerpo (lenguaje no verbal). Da igual la manera que usemos para relacionarnos, cuando sabemos transmitir el mensaje, las personas suelen entenderse bien.

Sin embargo, en ocasiones ocurre que algo de lo que dices no es bien tomado por alguien. Está bien no estar de acuerdo con lo que alguien expresa; lo que no es correcto bajo ninguna circunstancia es que quieras “dirigir” la manera en la que alguien piensa o se expresa.

No estar de acuerdo es un derecho de todos porque somos distintos de muchas formas. Aun así, esto no es excusa para que alguien exija que pienses de la manera que él o ella desea.

La manera correcta de expresar tu desacuerdo

Explicaré esto con una situación que viví recientemente. Tengo un blog donde escribo sobre los temas que me gustan. Muchas veces escribo sobre temas polémicos y otras sobre asuntos menos profundos, aunque interesantes. Mis publicaciones muchas veces son compartidas por algunas personas que son usuarias de espacios más grandes; así, lo que escribo suele llegar a más gente, pero no escribo para nadie ni por encargo, allí nadie me paga; yo escribo porque es mi gusto y mi pasión.

Mis escritos siempre se tratan de una opinión personal que puede o no ajustarse a la realidad de quienes me leen. A veces recibo mensajes por interno diciéndome que les gusta lo que escribo, pero no pasa todas las veces.

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A finales del mes pasado escribí un post sobre un cantante muy renombrado en los últimos tiempos. Mi publicación tuvo cierto número de votos positivos; sin embargo, me sorprendió recibir un mensaje por interno que no solo fue grosero en su tono como en sus exigencias.

La mujer, quien es dueña de un espacio que solía compartir mis publicaciones, me exigía corregir lo que había escrito sobre él porque a “ojos de ella”, yo no me había documentado bien y estaba escribiendo mentiras.

Honestamente, me molesté. Primero, la plataforma donde yo escribo es de publicación libre. Que ella compartiera mis escritos no le daba ningún derecho de reclamarme sobre lo que escribo. Segundo, el problema fue la manera cómo solicitó que yo hiciera el cambio.

Soy fiel creyente de que tratas como quieres ser tratado; así que me limité a sus acciones. Yo le escribí preguntándole por qué creía que ella podía direccionar el curso de mis escritos. Sí, porque básicamente me dijo cómo tenía que escribir mi post. Le dije que lo sentía, que si algo de lo que yo había escrito no le gustaba, bien podía ignorarlo; además le exigí respeto, yo jamás fui altanera con ella y pedí el mismo respeto que yo le había dado. Resultado: me bloqueó.

Establecer límites es necesario

Escuché a alguien decir que cuando eres amable y accedes a complacer a las personas, eres bueno. Basta con que te niegues una vez y pongas límites, para ser el malo de la historia. Es totalmente cierto.

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En todo tipo de relación las personas debemos aprender a poner límites. Estos garantizarán que absolutamente nadie sobrepase lo que eres capaz de aceptar y tolerar. Además, aplica no solo con lo que comunicas de cualquier manera, sino cómo le permites a los demás que te traten. Pese a eso, algunas personas necesitan un recordatorio constante de hasta dónde tienen permitido llegar.

Pasa lo mismo con la libertad de opinión. Las personas pueden decir lo que quieran; que tengan razón o no, no es el tema, cómo trasmiten su pensar es lo que dicta la diferencia.

No es el derecho de absolutamente nadie decirle a otra persona lo que quiere leer o escuchar. Tu derecho es no estar de acuerdo, expresar tus razones de manera decente e irte sin hacer mucho ruido. Incluso, también podrías analizar lo que el otro expone y complementar tus conocimientos o simplemente confirmar que tienes razón.

Sea como sea, el punto importante es aprender a aceptar que todos pensamos de manera distinta. Que algo te guste o no, es tu asunto, eso no te da derecho a exigirle a los demás que cambien tu opinión porque a ti no te gusta.

Todos somos muy diferentes y es bueno que esto sea así porque enriquece las relaciones humanas. Sin embargo, pretender que los demás sean como tú, es simplemente una violación a la libertad de los demás

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Erika Patricia Otero

Psicóloga con experiencia en trabajo con comunidades, niños y adolescentes en riesgo.