El mito sobre los niños que tú y yo debemos evitar

Marilú Ochoa Méndez

Según el Diccionario de la Real Academia, un niño se define por tener poca edad, y poca experiencia. Bajo ese concepto, los adultos, que creemos de verdad ser personas experimentadas, completas y sabias, nos atrevemos a mirar con displicencia a estos pequeños humanos.

El escritor y conferencista francés André Stern, en una conferencia, abre a los ojos del mundo una realidad distinta: los niños tienen justo lo que los adultos buscamos en el ahora, algo que teníamos cuando éramos pequeños, pero ahora que “somos grandes”, despreciamos.

Hay que mirarlos con ojos nuevos

Urge que papás, maestros y adultos en general, nos bajemos del trono donde creemos que la edad nos ha puesto, y nos acerquemos descalzos a su mundo genial lleno de juegos, imaginación y alegría pura, para aprender, crecer en verdad y dejarlos encender nuestra alma.

A continuación, te comparto por qué considero que estamos en un error gigante, y cómo te sugiero aprender a relacionarnos más sanamente con los pequeños.

1 Le dan su justo lugar a las cosas

Ellos sí saben aprovechar el tiempo. No lo desgastan recorriendo una pantalla con el celular, o mostrándose como señores importantes haciendo cara de que saben mucho, y hablando con palabras raras. Ellos saben que admirar la luna llena más el corazón que un montón de “likes” en Instagram.

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Si les gusta algo, lo toman, juegan con ello. No pretenden aparentar, hacen lo que les nace del corazón.

2 Hacen lo que les apasiona, y se lo toman en serio

Aprenden aquello que les interesa. A un niño enamorado de los dinosaurios no puedes decirle que el tema es difícil. Pronuncian mejor que tú el nombre del “plateosaurus”, y ubican perfectamente por qué no pudieron haber vivido al mismo tiempo que los “Triceratops”.

No importa qué tan intrincada te parezca la mitología griega, ellos comprenden bien la historia de Medusa, y se sorprenden con Teseo, Ulises y los argonautas.

Como dice André Stern: “aprender no es algo que hagamos, es algo que nos ocurre” cuando jugamos, cuando nos apasionamos, cuando amamos lo que hacemos.

3 Ellos recuerdan lo importante

¿Olvidaste qué hiciste ayer?, ¿te entretuviste en la llamada urgente y no llevaste el agua que te pedían? Ellos recuerdan siempre que a mamá le gustan las flores del jardín. No olvidan que papá no soporta las tardes lluviosas sin su cobija azul.

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Se acuerdan de lo bello que fue cuando le tomaste la mano durante la tormenta, y corren a la cama del hermanito, porque saben cuánto importa, mientras tú sigues al pendiente del correo que dejaste sin terminar.

4 Saben admirarse y valorar a las personas por lo que son

Para ellos, el carpintero es igual o más interesante que el ingeniero, y a ambos los miran con ojos de asombro y admiración. Saben acercarse a la gente con corazón sincero, y logran desarmar egos e indiferencias con sus ojos inteligentes.

Te valoran, valoran lo que más importa de ti: tu presencia atenta e involucrada. No les importan los kilos de más o de menos, o el tipo de ropa que vistes, o tu peinado sin acicalar.

Los niños abren los ojos al mundo lleno de diferencias, solo hay diferencias. Ellos poseen un espíritu abierto, no juzgan en absoluto. Eso les permite abrirse a los demás.

5 Manejan excelentemente los recursos

Saben sacarle el máximo partido a la caja de cartón que tú desecharías, y prefieren la bolsa plástica al juguete nuevo que les compraste.

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Una hoja de papel puede convertirse en rana, avioncito, carta de amor o proyectil, y los árboles sonríen al ver su madera tan bien utilizada, pues la lluvia que los sacia es más benigna si es bendecida por la risa de los niños.

6 Ellos usan a su favor la emoción

Nosotros confundimos aprender con memorizar. La neurobiología ha demostrado que aprendemos lo que nos conmueve y emociona. Por eso vivimos en una sociedad en la que hemos olvidado el 80% de lo que deberíamos saber. Cuando podemos dedicarnos a lo que nos estimula el centro emocional, aprender deja de ser un trabajo, se vuelve algo natural.

Dice el pensador Stern, que la frase más repetida en el mundo es “soy malo en matemáticas“, y ¡es tan falso!, porque si las matemáticas nos interesaran, seríamos los mejores, pero no nos damos la oportunidad.

7 Ellos nos superan en capacidades y potencial

La raíz de esta propuesta de cambiar nuestra actitud hacia los niños se encuentra justamente en esta idea: “Pensamos que el niño es la etapa cero. Creencia que surge a la vez que el darwinismo. Se piensa que el niño se va desarrollando hasta que llega a ser adulto, la versión “premium”, enuncia enfáticamente Stern, y continúa:

La ciencia ha demostrado que los niños vienen al mundo como unas bombas de potencial. Pueden aprenderlo todo. La genética no sabe ni dónde ni cuando vendremos al mundo, nos equipa con todo el potencial posible para sobrevivir en nuestro ambiente. Lo que no necesitamos, se desvanece. Por eso en los primeros años de nuestra vida perdemos la mayoría de nuestro potencial. Entonces, nos volvemos adultos.”

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Si la relación común de poder del adulto contra el niño se detuviera, ¡cuándo nos enriquecerían!.

8 Nos aman sin atraparnos en expectativas

En nosotros es común decirles: “te querría mas si correspondieras a mis expectativas“: dormir toda la noche, ser silenciosos y quietos en donde “debe reinar la corrección”.

La condición adulta que exige al niño: “para estar bien, tienes que corresponder a lo que espero de ti“, genera en ellos una herida. ¿La solución? Cambiar la actitud hacia ellos: “te quiero tal y como eres”.

9 Juegan, y así viven más y mejor

“Ahora, deja de jugar, vamos a hacer algo serio”, solemos decir. Stern propone que cuando impedimos jugar a un niño, eso nos lleva a cosas absurdas. Un niño no puede separar jugar de aprender. Para él son una unidad.

Deja de jugar para ponerte a aprender“, exigimos, y es como si te piden respirar sin tomar aire, ¡pero no lo comprendemos!

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El juego libre es tan o más importante como aprender. Evitemos que el deseo de aprender se desconecte.

10 Son mejores que nosotros, pero dejan que los moldeemos

Nuestros niños acaban siendo como los vemos, como los invitamos a ser. Ellos son sabios, pero nos lo creen todo. Piensa en tu historia, es una realidad que tú y yo nos vemos como nos veían cuando éramos niños.

Evitar mirar con ojos críticos a un niño, y de paso a ti. Mejor anímate a ver cómo estos pequeños ojos te observan: admirados, leales, animosos.

Seamos como niños

Ellos son personas completas ya, están en nuestras manos para cuidar sus tesoros, no para dilapidar su gracia y sapiencia con absurdos adultos.

Démonos la oportunidad de mirarlos de verdad, de aprender de su ser genuino y brillante.

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“Ser como niños” es una invitación que nos realiza Jesús en los Evangelios. ¿No te queda ahora más claro por qué lo decía?

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Marilú Ochoa Méndez

Enamorada de la familia como espacio de crecimiento humano, maestra apasionada, orgullosa esposa, y madre de siete niños que alegran sus días. Ama leer, la buena música, y escribir, para compartir sus luchas y aprendizajes y crecer contigo.