Espejito, espejito, ¿quién es el más “buenito”?

Para criticar a los demás, todos tenemos algo que decir. ¿Por qué nos cuesta tanto mirar al otro y nos es tan fácil criticar?

Danitza Covarrubias

Entre las pláticas de las personas en los pasillos, los salones de belleza, los grupos de afuera de las escuelas, en el trabajo, siempre se pueden escuchar críticas fuertes a las demás personas de diversa índole. Desde un “mira nada más como se vistió” hasta un “¿cómo es posible que no quiera pagar el disfraz de su hijo?”. Cuestiones superfluas, y también fuertes y profundas, como decir que es una terrible persona, o terrible madre.

Cuando hablamos de las personas, hablamos siempre desde los zapatos propios. Juzgamos desde nuestras experiencias, vivencias, creencias, incluso desde las apariencias. Y no imaginamos ni por un momento que existe un “otro”. Otra persona, otra realidad, otra creencia diferente, y que es válido decidir desde esa otredad.

Ponerse en los zapatos del otro

Por ejemplo, te contaré una experiencia personal. Recientemente, en el pago de disfraces de los niños para un evento escolar, decía una mamá “no es posible que no esté dispuesta a pagar el vestuario de su hijo, hay prioridades”.

Lo que no pueden imaginar es que tal vez la prioridad sea pagar la luz, o el gas, antes que el vestuario, porque no viven en el mismo nivel económico, ni siquiera saben que existe; imaginan que es en zonas lejanas a su realidad.

O que tal vez la prioridad sea el medicamento carísimo de algún familiar con una enfermedad como el cáncer. ¿No sería esto prioritario a un disfraz que se usará en un baile de 10 minutos? Pero no damos el beneficio de la duda, sólo juzgamos que está mal. En realidad, no sabemos cuál es la historia, qué circunstancias hay alrededor.

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Función de criticar

Pareciera ser a veces que señalar la realidad externa y pintarla de negro, crea el escenario perfecto para brillar. ¿Qué tanto esas críticas sirven para poder reafirmar que nosotros sí lo estamos haciendo bien? ¿Qué tanto es, entonces, una urgente necesidad de destruir al otro por inseguridad personal?

Nos cuesta siempre poder mirar otras opciones, puesto que nos confronta con una enorme baraja de posibilidades, y nos asusta tener tanta libertad. Es más seguro poder decidir ante lo conocido, entre las opciones que reafirman las creencias propias y que aseguran la pertenencia a nuestro grupo (familiar y/o social).

¿Qué pasaría si vemos el objetivo final y buscamos soluciones?

Hay una frase fuerte que muchas veces nos decimos unos a otros: “No es mi problema”,  implicando entonces que ese problema “es tuyo”. Sin embargo, si compartimos un objetivo, un espacio, un proyecto, el problema se convierte de todos los que forman parte. Suele ocasionar frustración, impotencia, mismas que no sabemos manejar.

Y descargamos las emociones con esos otros que se convierten en el obstáculo para lograr lo que nos proponemos. Hay otra opción: volvernos todos parte de la solución.

Estamos acostumbrados a hablar, dar discursos, regañar. Sin embargo, nos hace falta bastante más práctica y voluntad para escuchar. Es a partir de comprender eso otro que podemos tener empatía, y que se vuelve viable unirnos hacia la misma meta.

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 La meta de construirnos

Dentro de ese construir lo que es, también nos construimos a nosotros mismos al diferenciarnos del otro, o de lo otro. El otro, entonces, es un reflejo del yo, pues me asemeja o me diferencia. Y es a través de esta comparativa que definimos la identidad, que nos construimos a nosotros mismos.

La típica frase de nuestro gremio de psicólogos “lo que te choca te checa”, tiene que ver con esta realidad de que somos en relación con eso otro, y que si algo se mueve internamente en referencia de el otro, algo tiene que ver con nosotros mismos.

¿En qué se parece el otro a mi? O ¿qué quisiera ser o hacer y no me atrevo?, ¿como lo hace el otro? El otro, si lo miro, me construye. Es referente de quien quiero ser, quien no quiero ser, a quien me asemejo o a quien me diferencio.

Más si deseamos que todos sean iguales, y todos piensen como nosotros –que es el común denominador-, no queremos construirnos ni compartir la realidad social. Queremos ser dominadores y dictar sobre el mundo. Es entonces cuando nos perdemos. Nos perdemos del enriquecimiento de la vinculación y del compartir ideas, experiencias, etc. Nos perdemos también del aprendizaje, de las nuevas posibilidades. Nos perdemos de la oportunidad de ser otros con el otro, pues es en relación de los otros que nos exploramos y nos vivimos en diferentes personajes, posibilidades y crecemos en la experiencia humana. En ser humanos.

Y tú, qué tanto espacio le das al otro? ¿Qué tanto puedes mirarlo y darle un lugar en la existencia?

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Danitza Covarrubias

Danitza es originaria de Guadalajara, Jalisco, en México. Licenciada en psicología y maestra en desarrollo transgeneracional sistémico, con certificación en psicología positiva, así como estudios en desarrollo humano, transpersonal y relacional. Psicoterapeuta, docente, escritora y madre de 3. Firme creyente que esta profesión es un estilo de vida.