Esta es la razón por la que cuando llegas a casa, tu esposa te “avienta” a los niños

No es fácil la crianza de un hijo, pero siempre es mejor cuando podemos contar con el otro para apoyarnos.

Marilú Ochoa Méndez

¡No entiendo qué hace sin mí!, decía con amargura Jorge, padre de dos niños de 1 y 5 años. Se quejaba conmigo sobre su esposa, que cuando él regresaba del trabajo, corría a dejar en sus brazos a sus dos hijos. No lo dejaba colgar el saco, ni ir al baño. Le pedía abrazar a la pequeña, dar agua al mayor, le pedía apoyo con la cena, y no lo “dejaba en paz”.

Este esposo se sentía mal. Genuinamente no entendía cómo ella había podido “sobrevivir” todo el día sola, y le parecía inconsistente e incluso egoísta que le “aventara al chiquillo” (cito sus palabras) al abrir la puerta por las noches.

Además, Jorge estaba frustrado. Últimamente, al llegar a casa agotado por el trabajo, las deudas, los pendientes, sólo encontraba quejas y reclamos . Él anhelaba paz, tranquilidad, calidez. Al llegar, esperaba poder abrazar a sus hijos. Imaginaba un escenario ideal en el que leerían un cuento. Luego los pequeños jugarían solos, para que él abrazara a su esposa, pudiera distraerse con alguna serie, y se repusiera para otro día de retos laborales. En cambio, tenía que cambiar pañales, limpiar mocos, soportar reclamos, y solo se abrumaba más.

Esa frustración lo hizo tomar otro trabajo por la tarde. Prefería no estar en casa: solamente se resentía.

Su esposa, sufría bastante también. Se molestaba mucho por la negativa de su esposo a colaborar. Le ofendía que él no quisiera “tomar la estafeta” de los niños cuando ella llevaba todo el día recorriendo la cuerda floja entre pañales, ropa por lavar, ropa por tender, ropa por coser, manitas sucias, besos llenos de sopa y trescientos “¡mira mami!” que la agotaban al máximo.

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Cuando él decidió tomar ese trabajo, ella se sintió más sola, y a veces, prefirió no pedir ayuda, pues se generaban más pleitos ante sus pedidos, que conciliaciones.

La relación comenzó a enrarecerse, cada uno se sentía cada vez más despegado. Estaban muy tristes, pero se resignaban. “Tal vez así es el matrimonio“, decía cada uno por lo bajo, pero la estaban pasando mal.

Cada uno “tenía razón”

¿Te ha pasado algo así? ¡Es frustrante! En este caso, los amigos de Jorge le daban la razón de forma abrumadora. ¿Por qué su esposa no “entendía” que él, cansado, en casa necesitaba paz?, le decían para darle ánimo.

Las amigas de su esposa, también la comprendían. ¡Qué frustrante no poder tener ni un minuto de paz! Ellas también caían con la cabeza en la almohada, agotadas por las demandas de ser amas de casa y madres de tiempo completo.

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¿Se vale tomar partido?, ¿alguno de ellos “está mal”? Obviamente, ambos sufren cansancio, soledad, se sienten poco valorados y poco atendidos. Esto parece un bucle sin fin. ¿Tiene solución esta situación? ¡Claro que sí!. Te comparto algunos tips para desenmarañar este agudo problema.

1 Lo importante no es “tener razón”

¡Se nos olvida mucho! Los esposos, cuando unen sus vidas junto al altar, ya no son dos sino “una sola carne”. Él debe cuidarla a ella, ella a él.

Este conflicto, inició porque los esposos se han “dividido las funciones”. Cada quien tiene “lo suyo”. Y se les ha olvidado el trabajo por el bien del otro. Tal vez los pendientes los abruman con su inmediatez y cantidad, y no les permiten mirarse. Él se cuida a sí mismo, y exige su tiempo libre. Ella, necesita soltar, cuidarse también, y exige. Los dos están solos, desatendidos, tristes y resentidos.

Si en cambio, tratan de dedicarse a procurar el bien del otro… Si alguno de ellos empieza a acoger, atender a su pareja, a recibir sus necesidades con apertura, ¡qué gran cambio gestaría! Se detendría el bucle. El otro podría mirar de regreso con más calidez, y gestarían un espacio para descansar el alma.

Descansar sus necesidades con confianza en el otro, depositarse a ojos cerrados en otra persona, es difícil. A veces nos da miedo, y preferimos “cuidarnos”, “defendernos”. De esta manera solo nos encerramos en nosotros mismos, y terminamos viviendo en cuevas, como Jorge y su esposa.

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2 No “adornar” los conflictos

Los conflictos se intensifican cuando dejamos a nuestra mente ‘adornarlos’: “seguramente no le importo nada“, podría pensar la esposa: “llegó directamente a la recámara y ni siquiera me miró”. Cierto, él no la ha mirado, pero es que el tráfico estaba terrible, muere de ganas por ir al baño, y tiene sucios los lentes. El hecho es que él ha entrado en casa directo a la recámara, y esposa e hijos se desconciertan. Ella podría asumir que él “no la quiere”, y molestarse, decir a los niños que papá “no se interesa”, y sumergirse en esta espiral.

Los ‘adornos’, solamente entorpecen la comunicación y nos dañan. Nos impiden ver las oportunidades, nos impiden comunicarnos. Lo cierto es que él y ella están en casa, listos y sedientos de amor y conexión, ¡pero encerrados en sí mismos!

Una amiga mía siempre me aconseja hacerme amable: fácil de amar. Procurar mirar lo que sí hay, procurar amar lo que existe.

Stephen Covey, en su libro “Los 7 Hábitos de las familias altamente efectivas” nos recomienda “empezar con las manos limpias”, acercarnos a nuestro cónyuge “sin ninguna evaluación moral o juicio, escucharlos y relacionarnos con él o ella de esta manera“. Continúa Covey: “Eventualmente, aprenderás a amarlo incondicionalmente, tal y como es, en vez de reprimir tu amor hasta que se moldee“.

3 Pensar “bien del otro”

La relación conyugal saludable se construye día a día. El cónyuge que se queda con lo que sucede sin emitir juicios, y siempre trata al otro con delicadeza, cariño y consideración, construye lo mismo en su pareja. ¿Qué afán e insistencia tan absurda de solo estar pensando mal del otro? Este criterio va de la mano con la entrega cariñosa y cotidiana que produce también frutos de gentileza y amabilidad.

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Mientras escuchaba a Jorge pensaba en esos desencuentros que también tuve con mi esposo cuando mis hijos eran más pequeños.  Algunas cosas las aprendí, otras las sigo aprendiendo. Querido Jorge, querida esposa de Jorge, querido lector, lectora querido. ¡Salgamos de este bucle! Dejemos de estar solos y ensimismados. Mejor decidamos entregarnos y amar de verdad.

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Marilú Ochoa Méndez

Enamorada de la familia como espacio de crecimiento humano, maestra apasionada, orgullosa esposa, y madre de siete niños que alegran sus días. Ama leer, la buena música, y escribir, para compartir sus luchas y aprendizajes y crecer contigo.