La evolución de la pareja en la era del amor descartable

Las personas cambiamos y evolucionamos cada día de nuestras vidas. Así lo hace también el amor de pareja.

Erika Patricia Otero

En el universo todo evoluciona; en la naturaleza no hay nada que permanezca estático. Al ser parte de esta maravillosa creación, también evolucionamos. Lo mismo ocurre con la sociedad humana, las relaciones personales y nosotros mismos.

La manera en la que está diseñada la vida señala lo mismo: nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos. Desde luego, en el medio ocurren infinidad de cosas; conocemos personas, nos enamoramos, concretamos relaciones estables, tenemos hijos… y la vida sigue.

Lo que ocurre en cada pareja también es un misterio. Algunas evolucionan hasta lograr una compenetración en tantas dimensiones que hasta llegan a parecerse mucho.

Tristemente, algunas otras relaciones no avanzan y se quedan en un punto muerto. De estas, algunas permanecen juntas a favor de evitarse conflictos; en cambio, otras parejas prefieren “cortar por lo sano” y seguir en la búsqueda de un buen amor. Así es la vida en cuanto al amor.

En la vida como en el amor, todo pasa por etapas

Hace poco escuché a alguien decir que “eso de que el amor cambia con el tiempo, es un cuento”. La verdad pienso lo contrario.

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Los seres humanos no somos estáticos, cambiamos cada día aunque no nos demos cuenta. El amor, al ser un sentimiento humano también evoluciona.

Al principio, para que una pareja se constituya debe haber atracción, ya sea física o intelectual. Si la situación avanza, la pareja empieza a conocerse, y la atracción aumenta. Luego de esto viene el establecimiento de una relación sentimental más formal. Esto da paso al enamoramiento y el consecuente noviazgo. Este proceso puede darse lenta o rápidamente según cada persona.

Ahora bien, si el noviazgo es satisfactorio, aunque hayan existido inconvenientes, puede darse un compromiso. De nuevo, en el proceso, las personas se van conociendo más y mejor.

No creas que con el compromiso ya está todo ganado. Muchas relaciones sentimentales llegan solo hasta este punto. De cuenta propia sé que esto es doloroso; pese a eso, aprendí algo bueno: “No hay mal que por bien no venga”.

Después del compromiso, la pareja pasa al siguiente nivel: matrimonio. Es en este punto donde muchas relaciones se truncan. El problema surge porque algunos cónyuges creen que, al estar casados, el esfuerzo por cuidar su relación debe ser mínimo; peor aún, que ya no deben esforzarse.

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Este es el error: las relaciones sentimentales jamás deben darse por sentadas. Si una persona reconoce que su relación puede deteriorarse en un “segundo”, evitará que eso ocurra.

No es obsesionarse con un “problema imaginario”, es cuidar su relación como quien cuida a un bebé. Eso es lo que hacían las parejas de antaño; si había un problema, lo remediaban, no dejaban que se enraizara. Este actuar es lo que les permitía cumplir más de 40 años juntos.

Si te esfuerzas, el amor no tiene por qué ser descartable

Tristemente, la situación actual de muchas parejas, es que -para ellas- las relaciones son descartables. Hay varias razones por las cuales esto sucede:

Creen que su pareja va a estar ahí soportando para siempre su desdén, o bien suponen que van a encontrar a alguien más que este disponible para lo que necesiten.

El problema de estas variables es que no podemos ir por la vida creyendo que las personas harán lo que yo espero que hagan. Lo único que una persona puede controlar es lo que hace por sí misma. Es decir, una relación va a ser exitosa o va a fracasar según el nivel de compromiso.

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Ahora bien, el trabajo y compromiso en una relación debe ser mancomunado; dicho de otra manera: el trabajo debe ser de los dos. Mi madre suele decir que “una sola golondrina no llama lluvia” y es completamente cierto. Si la pareja trabaja junta para sacar su matrimonio adelante, la relación va a progresar.

La situación es que hoy muchas personas al primer obstáculo dejan de esforzarse y eligen el camino “fácil”. Lo interesante es que el camino que pensamos que es el más sencillo, es el que más dolor genera.

Los problemas son necesarios en las relaciones sentimentales

La mejor manera de aceptar que un problema es necesario, es comparar la vida con la escuela.

En la escuela, para comprobar que habías aprendido un tema, los profesores te ponían un examen. En la vida real, esos exámenes son los problemas. Del tipo que sean.

En el matrimonio un problema puede ser un mal entendido por los gastos innecesarios de una de las partes. La pareja puede optar por dos caminos:

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1 Hacerle frente a la situación y entre ambos poner límites y hallar una solución.

2 Huir del problema y seguir discutiendo llenos de orgullo. No “dar el brazo a torcer” y seguir en las mismas discusiones hasta que la relación se deteriore.

Si la pareja opta por la primera opción, entonces hablamos de un matrimonio que tiene una buena proyección a futuro. Le están poniendo la cara a un reto importante de su vida matrimonial. Esto quiere decir que afrontan la vida en pareja de manera madura, inteligente y libres de orgullo y egoísmo.

Pasa lo contrario si optan por la segunda opción. Esta pareja simplemente no estaba lista para dar casarse; es eso, o son tan orgullosos que prefieren perder la relación a asumir la responsabilidad de sus acciones.

A un matrimonio no se puede llegar llenos de orgullo y necedad. La pareja, si quiere llegar a ancianos juntos, deben estar dispuestos a despojarse de lo que les impida conciliar y reconciliarse.

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Esa liberación de orgullo y egoísmo, es lo que le permite a un matrimonio evolucionar. Un matrimonio, más allá de ser la unión de dos personas, es una asociación donde ambos crecen como conjunto y como seres individuales.

Por último, todo matrimonio puede ser salvado si cada persona reconoce su error y sabe perdonar y perdonarse. Todos estos son ingredientes vitales para que la relación evolucione. Esto hace que durante el proceso, la pareja pueda construir una familia feliz.

 

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Erika Patricia Otero

Psicóloga con experiencia en trabajo con comunidades, niños y adolescentes en riesgo.