La gratitud es la chispa de la felicidad. ¿Sabes cómo encenderla en tu vida?

Ser agradecidos se cultiva día a día, aunque la publicidad insista en inventar días para expresarla. No hagas de la palabra “gracias” un mero trámite formal ante los demás.

Marta Martínez Aguirre

Es sábado por la noche y la suegra de Pedro tiene fiebre. Sabe que en un rato tiene que estar de pie, pues hay cosas pendientes en la casa. Pero la fiebre no disminuye, de a ratos siente que el cuerpo le duele, transpira, se le pegan las sábanas al cuerpo. La lengua se adhiere al paladar. No hay hierba que baje la fiebre. Pedro se acerca al lecho y besa a su suegra, y nota que está peor. De reojo mira a Jesús, no le dice nada, Jesús no lo precisa, sabe muy bien que esa fiebre necesita de su voz para irse. Este se acerca al lecho, coloca sus manos sobre la cabeza de la mujer, que está por desmayarse. Una compasión infinita atraviesa la sala. Inclina su cabeza, dialoga con el Padre. Luego del “Amén” la suegra de Pedro sale de la cama como si no hubiera tenido nada. Corre a la cocina, esparce harina sobre la mesa mientras canta un himno, amasa uno de esos panes que le quedan riquísimos.

Motivos para estar agradecida

Ser agradecidos es un don que se cultiva en el día a día, aunque la publicidad insista en inventar días para expresarla. No tengo la menor idea sobre cómo es tu forma de demostrar tu agradecimiento a los que te cuidan, pero dar gracias una vez al año es encasillar el amor en un espacio del almanaque; es reducir a veinticuatro horas un sentimiento que encierra noches de desvelo, palmadas en la espalda, abrazos de oso, miradas tranquilizadoras, sopas calientes para esos días invernales, helados sorpresivos luego de un fracaso, besos seductores en medio de la plaza. No sé, tal vez tú tengas tu propia lista de motivos para estar agradecida con tu familia, con tu esposo, con tus hijos… Los míos incluyen ronroneos de gatos, lengüetazos de perra fiestera, brotes frescos en el limonero, sonrisas de niños del colegio Santa Teresita, correos de lectoras y lectores agradecidos y un pan marsellés con manteca.

La gratitud da sentido a la vida y brillo a la memoria

Y si no te has preguntado por tus motivos, toma un lápiz y haz un ejercicio: recorre cada rincón de la casa, pasa tu memoria por los diferentes objetos, luego deja que a cada uno le llegue un sonido, una imagen, un rostro y un sacrificio. Haz lo mismo con tus hijos, ve de noche cuando estén dormidos y recorre con tu alma esos instantes que tienen aroma a tesoros particulares. Mecanizar la gratitud es vaciarla de significados y acallar la memoria.

Mira las manos de tu esposo, de tu madre, de tu padre, de tus otros familiares, y encuentra en cada pliegue un porqué para sentirte agradecida. Esas manos amasaron la masa de tu vida, colocaron la levadura que hizo fermentar tu existencia.

No creas que tienes lo que te mereces

Cada uno de esos motivos es un milagro en las manos de alguien. No me digas que no has tenido una vida asombrosa, que nada tiene que ver con una cuenta bancaria o vacaciones paradisiacas. No vayas por la vida creyendo que lo que tienes es lo que deberías tener, porque eso te cataloga de necia; cierra el grifo del agua e imagina que vives en África, junta los restos de comida y piensa en la franja de Gaza, mira tu ropa más gastada y repasa las escenas de las calles de la India. Entérate que mil millones de personas en el mundo viven en pobreza extrema. Imagina los millones que no tienen un abrazo en las noches o ni siquiera alguien que les alcance un paño frío cuando la fiebre arde en el espíritu.

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Sé consciente de los dondes que tienes

Comienza a coleccionar, como los niños, papelitos con todo lo que llegue a tu vida, ármate un álbum de gratitudes. En algunos escribe cosas como “Ropa perfumada”, “Cama caliente”, “Visita de la abuela”, “Farmacia a dos cuadras”.

No trates de contabilizar todos los favores recibidos en un día, porque tendrás que cambiar el disco duro de tu computadora, pero al menos trata de retener los que saben a milagro. No hagas de la palabra “gracias” un mero trámite formal ante los demás, deja que sea una alabanza de tu corazón colmado.

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Marta Martínez Aguirre

Marta Martínez es de Uruguay. Posee una licenciatura en Psicología, y un posgrado en Logoterapia. Ama todo lo que hace y adora servir. Es especialista en atención psicológica domiciliaria. Contacto: