¿Les estás dando a tus hijos lo que de verdad importa?

Hoy trato de que la ternura sea mi faro.  Trato de dar lo mejor, trato de enfocarme.  ¿Qué tan enfocada está tu maternidad?

Marilú Ochoa Méndez

Todos los días me levanto temprano en la mañana, cocino para mi familia, trato de balancear el menú y durante todo el día corro, subo, bajo y me agoto atendiéndolos. Voy a trabajar, trato de dar el máximo para mi familia y para mis pequeños. Pero el otro día, mi hijo de 10 años me dijo irritado: “Mamá, tú no me quieres“.

Me detuve en seco. Te seré sincera, me molestó mucho el comentario. Lo sentí como una flecha envenenada, quitándole valor, importancia y sentido a mi desgaste personal, pues no hay día en que no me acueste agotada, sintiendo que lo di todo, ¡por ellos!.

Pero no lo estaba dando. Y esas palabras de mi hijo me lo mostrarían, lastimándome en el proceso, pero invitándome a ver la realidad que hoy quiero compartirte en este texto.

¡Ah, las prioridades!

Es difícil conseguir el equilibrio.  Hay pendientes que nos demandan horarios específicos, entregas, pagos y compromisos, nos absorben constantemente.  Es común dejar para luego a los nuestros, pues “ellos siempre están acá”, “nos tienen todo el tiempo”.

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Y olvidamos que no es así.  Olvidamos que por más que cocinemos para ellos, ellos necesitan otro tipo de nutrición, que se consigue solamente con la compañía y mirada que conecten y nutran el corazón.

Mi pequeño está acá conmigo, lo veo dormir, despertar, pulular en casa.  Gestiono su uso de aparatos, tus tareas de apoyo en casa y su estudio. Me consideraba capaz de hacer malabares con los pendientes, hasta que él llegó a romper mi cotidianidad de suficientes, para invitarme a dar una de amor extraordinario.

No trato de abrumarte

En un inicio, me encontré enojada: molesta con Dios, porque mis condiciones personales, económicas y laborales me sacan constantemente de mi hogar, impidiéndome una verdadera conexión con él y mis otros hijos.

Mi proceso para  “despertar” y buscar cobijar de verdad las necesidades de mis hijos, fue lento.  Me dolió pensar en el hueco abrumador que experimentaba mi hijo Poco a poco pasé del coraje y enojo a la ternura.  Me pregunté si mis demás hijos sentían lo mismo, si algo de lo que consideraba una maternidad amorosa llegaba verdaderamente a mis hijos.  Si los abrazos que estoy dando constantemente a cada uno, “servían” o no.

Hoy trato de que la ternura sea mi faro.  Trato de dar lo mejor, trato de enfocarme.  Esta es la invitación que quiero hacerte: ¿qué tan enfocada está tu maternidad?

Donde esté tu tesoro, ahí estará tu corazón

Me sirvió mucho buscar de nuevo el norte.  Con ayuda de amigas sabias que Dios me ha regalado, comprendí que solamente debía amar más.  Que no se me pedía nada más que eso.  Esta comprensión me trajo la paz que no me dio recriminarme durante semanas por mi “incapacidad” para ser “suficiente”.

El único cambio que debía hacer, era recordar que las personas crecemos cuando nos donamos.  Y que lo mejor que puedo donar, es regalar gratuita y amorosamente lo que tengo, y eso, soy  yo.

Eso implica regresarme a lo básico, a lo necesario, y mantenerme ahí, evitando poses, intereses por “demostrar” o quedar “bien”.  Me implicó un abandono en Dios, que a través de las recriminaciones de mi hijo me estaba invitando a vivir más ligera, vacía de poses y de expectativas.

Él me cubría a mí

Este pequeñito mío, que todas las noches se dormía inquieto y con un gran hueco por no sentirse amado, se esperaba a que yo me quedara dormida o me fuera a acostar, para taparme, para cubrirme con una cobija.  Un día, entre dormida y despierta, lo vi, y comprendí lo que debía hacer.

Debía encontrar cosas sencillas que nos unieran. Momentos en los que yo pudiera “cubrirlo”, en los que yo esperara y le mostrara sencilla y asertivamente que estaba allí. 

No atorarme en “cumplir”

En lugar de eso, yo, me frustraba pensando, ¡me mato por mis hijos!, ¿cómo son capaces, aún con todo lo que les doy, de exigirme más? Llegué a pensar que querían matarme, que querían solo exprimirme hasta dejarme vacía.

Pero ellos querían verme también feliz. Querían verme soltar los “deberes” que no me perdono a veces dejar inconclusos: hasta el último traste lavado, aprovechar esos minutos en que están distraídos para hacer el último pendiente del trabajo. 

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Ellos también necesitaban una  mamá que se quisiera a sí misma, y que se regalara tiempo de descanso, de volver a tomar la guitarra, de poner la música a todo volumen y bailar con ellos.

Tus hijos necesitan lo mismo

Hoy día, en la era de la hiperconectividad, tú puedes saber dónde están tus hijos, qué contenido han mirado en los dispositivos, qué han visto el día de hoy en la escuela, y podrías sentir que “los conoces”, pero hasta no poder identificar sus miradas y sus suspiros, no lo harás (no lo haré).  Que las palabras dolientes de mi hijo nos ayuden a ambas a brindarles esa mirada y conexión que tanto requieren, y que no desea llegar a tu vida y a tu corazón como un reclamo abrumador, sino como una invitación dulce y suave.

Es un pequeño o pequeña que te mira, te cuida, y deja de descansar para acercarse a ti con una cobija calentita a guarecerte de ti misma y de las prisas.  ¡Nos están esperando!, vayamos también nosotras a cobijarles a ellos.

 

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Marilú Ochoa Méndez

Enamorada de la familia como espacio de crecimiento humano, maestra apasionada, orgullosa esposa, y madre de siete niños que alegran sus días. Ama leer, la buena música, y escribir, para compartir sus luchas y aprendizajes y crecer contigo.