Lo que una madre aprende del amor de sus hijos

A lo largo de la vida de los hijos, el amor de una madre es siempre igual en tamaño, aunque ciertamente cambia de forma. ¿Qué siente una madre por sus hijos en diferentes etapas de la vida?

Myrna del Carmen Flores

Al leer el artículo “Ajusta tus expectativas, sé mejor madre“, vinieron a mi mente tantos recuerdos de mis hijos en sus diferentes etapas, que decidí escribir estas palabras, menos acerca de los sentimientos de una madre por sus hijos, que de las cosas que el ser madre me ha enseñado.

La responsabilidad y el amor

Desde que mis hijos nacieron, mi vida cambió para siempre. Nada puede ser igual, cuando miras por primera vez a un ser tan desvalido, y a la vez con tanto poder sobre ti entre tus brazos. Sobre todo al darte cuenta que ese ser depende de manera absoluta de ti. Cuando nació cada uno de mis hijos eran tan pequeños que, al tomarlos en mis brazos, temblaba por el miedo de lastimarlos. Ese mismo temor me ha seguido a través de los años porque sé que no soy perfecta, lo que me ha hecho propensa a cometer errores, y por lo tanto a lastimarlos.

La independencia de los hijos

En los últimos meses de embarazo no podía recostarme como yo quería, porque parecía que ellos siempre buscaban el modo de incomodarme para darme a entender su disgusto. Desde ese momento era notorio que no eran parte de mi cuerpo, simplemente compartían ese espacio mientras fuera necesario para su sobrevivencia. Tarde o temprano dejarían ese lugar cálido y sin preocupaciones, para poder enfrentarse a la vida, con sus carencias y satisfacciones. Entonces deduje que ambos serían seres independientes que algunas veces tomarían decisiones opuestas a mis deseos y me prometí respetar su albedrío, aunque a veces me es muy difícil lograrlo.

Desde pequeños he intentado guiarlos con palabras o con ejemplos pero principalmente con todo el cariño que siento por ellos. Más allá del desarrollo cognitivo del niño, que siempre es bueno saber, nuestra vida ha pasado por muchas etapas, con sus inicios y sus finales:

La ignorancia personal, y la dependencia de los familiares

La primera de esas etapas comenzó desde que nacieron. Los padres pasamos momentos muy arduos al escuchar el llanto de nuestro bebé sin poder entender qué es lo que está mal. Tengo que confesar que en mi caso no sabía nada acerca de todos los cuidados que debe tener un bebé, así que mi problema fue doble. Por fortuna, no falta la abuelita, la tía, un familiar que se acerca a darte consejos, los cuales yo escuchaba religiosamente. Pero incluso si no fuera así, gracias a la intuición maternal, una como madre siempre sabrá lo suficiente para cuidar un hijo. De cualquier forma, escuchar a un bebé sonreír o verlo darte los brazos, no tiene ningún precio.

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El valor del amor

Después llegó la infancia, la cual presenta situaciones tan complicadas como la anterior, aunque de otra índole. La escuela con sus retos y tareas. A veces fue difícil dividir mi tiempo entre el trabajo y mis hijos. Otras veces fui una mamá de tiempo completo, la cual estaba junto a ellos, aunque no pudiera comprarles los mejores regalos. Pero en todos esos momentos, la admiración incondicional, la fe y el amor que los hijos muestran hacia sus padres, es un regalo de Dios, enorme.

La necesidad de hacer adaptaciones, sin dejar nunca de guiar

La tercera etapa es la adolescencia, la cual a veces llega de manera vertiginosa y violenta, mientras en otras se muestra lenta y con parsimonia. Entonces el amor de madre no disminuye, simplemente que los hijos buscan su propia identidad y para hacerlo, es necesario alejarse de alguna manera de los padres. Algunos hijos parecen llevar la frase, “No me digas lo que tengo que hacer”, sellada en la mirada; pero la mayoría la expresan con cada una de sus letras. Sin embargo, a pesar de ese anhelo de independencia que tienen los adolescentes, fue necesario continuar guiándolos porque en esta etapa aún no estaban listos para tomar decisiones sabias. Lo difícil para mí fue encontrar el equilibrio entre darles la libertad suficiente para que tomaran sus propias decisiones y, por otra parte, continuar protegiéndolos como cuando eran niños. Todos los padres quisiéramos correr hacia nuestros hijos al verlos caer para poder protegerlos como cuando eran pequeños, sin importar la edad que tengan. No fue fácil observarlos cometer errores y callar para que pudieran aprender por sí mismos. Quizás lo más sabio que puede hacer uno como madre es simplemente estar ahí para darles la mano cuando la soliciten.

La madurez para aceptar que tienen que dejar el nido

Mis hijos ahora viven la etapa de la juventud. La universidad, los amigos o las relaciones amorosas ocupan todo su tiempo. Ha sido lindo todo el camino vivido hasta ahora. No obstante, a veces duele cuando hablan de sus sueños de volar lejos. Toda madre sabe que así tiene que ser, aunque uno nunca quiere ver hacia ese momento. Con todo, pese a que es duro imaginarlo, es hermoso también pensar en la vida tan prometedora que tienen por delante, en todos los sentidos, pero sobre todo en lo espiritual.

No hay espacio suficiente como para que una madre diga tantas cosas como una quisiera. Estoy segura que si tú, lectora, estuvieras en mi lugar, sólo agradecerías, como lo hago yo, a la vida y a Dios por obsequiarnos unos hijos tan maravillosos, que siempre nos hacen sentir orgullosas. Resumir nuestra vida en una página no es sencillo, pero lo más importante de todo si se puede abreviar en una frase: Toda madre amará por siempre a sus hijos, pase lo que pase.

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Myrna del Carmen Flores

Myrna del Carmen Flores es maestra de inglés y madre de dos jóvenes. Puedes contactarla en