Los 3 errores más peligrosos al corregir a tus hijos

Cuando el éxito en la disciplina de los hijos se ha negado a una familia, he notado estas tres constantes que es urgente eliminar, porque son potencialmente fatales.

Rafael Vázquez

Todos necesitamos corrección. Y llegado el momento, es necesario que ayudemos a otros a corregirse. Los primeros que nos disciplinan son nuestros padres, y luego llegan otros seres cercanos que nos ayudan: los hermanos, los abuelos, las niñeras, los maestros. Y así llegamos a nuestras parejas sentimentales, que pueden hacernos ver nuestra suerte si las traicionamos, e incluso nuestros jefes, quienes nos aplican dolorosos correctivos en lo económico o lo social cuando fallamos.

Pero también llega el momento en que uno debe ayudar a corregir a otras personas, y ninguna función en la vida reviste tanta importancia de la disciplina como la de ser padre. Si eres mamá o papá, no solo te corresponde velar por el bienestar físico y mental de tu hijo, sino también por su bienestar emocional y su desarrollo social y psicológico. Y una parte central de esa labor está apoyada en la corrección o disciplina de los hijos.

Te lo confieso: esta es la parte que me cuesta más trabajo ejercer como padre. El sustento, la protección y las otras necesidades materiales se resuelven con un esfuerzo constante. Eso es fácil comparado con lo que uno tiene que hacer para ayudar a los hijos a ir haciendo a un lado vicios de carácter, hábitos, reacciones o conductas más serias, para que en su lugar se desarrollen virtudes, buenas costumbres y se tomen acertadas decisiones de vida. Eso es mucho más difícil.

Me he observado a mí mismo y a muchos papás y mamás; puedo ver que hay muchas formas en que han logrado el éxito, pero cuando el éxito en la disciplina de los hijos se ha negado a una familia, aparecen estas tres constantes, que quiero ayudar a eliminar porque son potencialmente fatales.

1. “No es para tanto”

El primer error que he visto que cometen los papás a quienes se niega el éxito en la corrección de sus hijos es que minimizan, no solo el peligro que implica no corregir con firmeza a los hijos, sino que también parecen ignorar el enorme poder que tiene la disciplina para ayudar a sus hijos a ser felices.

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Un niño que presenta conductas inadecuadas (como gritar, insultar, escupir, golpear, robar, etc.) es un niño que está demandando atención. Cuando no se le corrige, el niño no recibe la atención que demanda, así que irá por más. ¿De veras no es para tanto? Aquí entran los papás que dicen: “No lo corrijo para que sepa que lo quiero”. Y ahí está el error. Un niño sin corrección, es un niño abandonado.

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2. No cumplir la medida disciplinaria

Los niños aprenden muy bien los hábitos jugando roles y cumpliendo responsabilidades específicas. A ellos no les gusta que los cambios de reglas los tomen por sorpresa. ¿A quién le gusta? Si tu hijo cometió cierta falta y ello te hizo castigarlo restringiendo privilegios, horas o tipos de juego, diversiones específicas o alguna otra actividad, el papá y la mamá deben ser los primeros que respeten ese régimen.

No es fácil, como seguramente lo sabes: si el castigo es no mirar televisión, tendrás que vigilar que no la vean a escondidas (las trampas son también formas de pedir atención), y muchas veces habrá que aguantarlos rezongando, llorando o quejándose.

Y aquí está la clave: no tienes que aguantar esos lloriqueos. Debes ir con tu hijo a acompañarlo en su castigo, quizás reemplazando la actividad por otra o teniendo una plática firme. Por eso, lo mejor es que el castigo no sea restrictivo y ya, sino que tenga como núcleo una tarea por cumplir. Ello facilitará todo. Piensa muy bien en los castigos que impondrás y, una vez que lo decretes, debes estar dispuesto a aplicarlo hasta su cumplimiento total.

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3. La violencia y el castigo corporal

Muchas veces he escuchado que “la letra, con sangre entra”, e incluso se hace alarde de que nuestro buen carácter fue forjado por una correa de piel o una sandalia.

Pero no es verdad. Gritar no es corrección. Golpear no es disciplina. Ambas son reacciones violentas y toda violencia tiene una víctima. Amedrentar a los hijos mediante gritos o golpes, es algo que por seguro reducirá las conductas desagradables, pero también su capacidad para actuar por sí mismos. Todo niño criado con gritos o golpes crece creyendo que es un niño malo o defectuoso, que no tiene permiso de vivir con plenitud y que no hay nada en él que valga la pena.

Cuando llegan a la adolescencia y la vida adulta, desconfían de las buenas intenciones de los demás para con ellos, precisamente porque ellos mismos no pueden creer que alguien los trate sin violencia. Y no creo que ningún padre sensato quiera este futuro para su hijo.

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Conclusión

Esto de ser padre es muy difícil. Pero piénsalo así: tu hijo es lo más valioso que le dejarás al mundo. Y al mismo tiempo puedes darle a tu hijo todo lo necesario para que pueda ser feliz. No se lo niegues.

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