Los milagros sí existen

A veces la existencia se vuelve áspera; la vida, cruel. Los cielos, de bronce, sellados herméticamente. Pero Dios vive, y escucha tus oraciones. Aquí te enseño cómo.

Oscar Pech

Déjame te cuento una historia. Hubo un tiempo en que —después de haber tenido una muy buena posición económica, y de haber sido lo que se podría llamar “un ejecutivo exitoso”— lo perdí todo: empleo, matrimonio, amigos, estaba lejos de mis hijos, todo lo perdí. De una manera o de otra, terminé viviendo en un arrabal de la ciudad turística de Cancún, México. Cuando alguien pierde todo, así de golpe, se necesitan los servicios de un tanatólogo, salvo que en esos momentos yo ni siquiera sabía que existían. Yo trataba de pasar por las etapas del proceso del duelo, pero tampoco sabía que existía eso.

Por alguna razón, estar absolutamente solo, nuevo en una ciudad desconocida, sin un solo amigo, hacía que ir a un lugar placentero como la playa o el cine, fuera una experiencia dolorosa. Yo solo iba al extraordinario espectáculo de ver el atardecer en el mar caribe cuando sentía que estaba tocando fondo. Entonces un día me pasó la siguiente experiencia.

Estás en la lista de espera de Dios

Había caminado todo el día buscando trabajo, estaba extenuado, física y anímicamente. Fui al malecón de Punta Sam a sentir el agua tibia en mis doloridos pies, a percibir el aroma de la sal del mar en la nariz, la brisa fresca; a ver los barcos y los intensos colores del caribe. Al fondo, Isla Mujeres. Era una terapia fabulosa. Casi a las seis de la tarde me desarremangué los pantalones y estaba por ponerme los zapatos, cuando se acercó un lanchero y me dijo: “¿Ya se subió a una lancha patrón, o vino de pesca?” Sonreí. Le dije: “No, nada más vine a llorar mis penas”. “No son mayores que las mías”, me dijo, ya con otro tono de voz. Le respondí: “No apueste, porque pierde”. “Vea mis penas”, me dijo, y me las contó. Problemas con su esposa, que lo celaba de más. Al rato ya me estaba gritando como si yo fuera su esposa: “¿Quién en este mundo puede entender a las mujeres?”, concluyó. Le iba a decir que las mujeres son como la música de Beethoven: uno puede apasionarse con ellas, embelesarse en ellas, disfrutar de su presencia, pero nunca tratar de entenderlas; pero mejor callé, y lo dejé seguir hablando.

Cuando ya me iba, lo vi de nuevo, ya en la calle. En sus labios estaba de nuevo el tono meloso, socarrón, de quien quiere un trago gratis. “¿Entonces qué, patrón, nos vamos a llorar nuestras penas allí enfrente?” Miré hacia donde señalaba, era un bar de mala muerte. Sonreí de nuevo: “No gracias, no tomo”. Se quedó mirándome y entonces me preguntó, con palabras de preocupación sincera: “¿Qué te pasa, amigo?”. “Nada: en un año perdí empleo, casa, esposa e hijos, amigos. En un año lo he perdido todo”, respondí. Después de preguntar por mi nombre, me dijo: “No sé qué ha pasado contigo para que llegues hasta allí, Óscar, pero piensa que Dios vive. Él tiene muchas peticiones que contestar, pero tienes cara de hombre bueno. Sin conocerte, te juro que estás en la lista de espera. En cuanto Él tenga tiempo te va a contestar, y entonces vas a venir a buscarme y me dirás ‘Enrique, Dios sí responde las oraciones, y me respondió a mí.’ Te lo juro, Óscar. Estás en la lista de espera”.

Los milagros ocurren

El tiempo pasa. Imagino que todos, al menos una vez en la vida, pasamos uno de esos momentos en que lo perdemos todo, y creo que eso es sano: nos hace ver nuestra vida y la existencia desde otra perspectiva. Supongo que es siempre una buena oportunidad para recomenzar.

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No siempre es fácil, ni rápido, pero así como el amanecer es lento, así uno empieza a ver cómo el camino es cada vez menos escabroso; poco a poco el sol calienta, las sombras huyen, un nuevo día inicia y uno se siente rodeado por los brazos de amor de un Padre bondadoso. Y sí: ahora yo te puedo decir, lector, lectora, que lo que me dijo ese lanchero es de alguna manera verdadero.

El concepto es raro, implica que El Padre no se da abasto con tantas peticiones que le hacemos Sus hijos, y no, no es así. Pero creo que puedo explicar ese concepto a mi manera: Yo sé que Dios vive. Sé que Él escucha absolutamente todas las oraciones. Todas. A veces Su respuesta es “Sí”, a veces es “No”; y otras veces Su respuesta es “Todavía no”. Y esa respuesta: “Todavía no”, es lo que ese buen lanchero, Enrique, llamó “La lista de espera”.

Si tú sientes que estás en esa lista, quiero pedirte que confíes. Él sabe Sus tiempos y siempre, siempre, siempre, actúa con sabiduría, justicia y gran misericordia sobre todas sus obras. Dios vive y hoy, como ayer, sigue siendo un Dios de milagros. Como está escrito en Marcos 11:24: “Por tanto, os digo que todo lo que pidáis en oración, creed que lo recibiréis, y os vendrá.”

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Déjate acariciar por Dios
La fe siempre precede al milagro

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Oscar Pech

Oscar Pech ha dedicado su vida a la enseñanza, la lectura, la escritura y la capacitación en diferentes partes de la República mexicana. Es una persona profundamente comprometida con la familia y los valores morales.