Por favor, llámame por mi nombre

Etiquetar a las personas basándonos en sus defectos, características físicas o debilidades, es discriminación, es violencia; pero sobre todo, es una falta de respeto a ellos y a nosotros mismos.

Yordy Giraldo

Gordito, chaparro, pecas, negro, cuatro ojos, mascafierros, son algunas de tantas etiquetas que ponemos o nos ponen con base en nuestras características físicas.

Aunque es cierto que en ocasiones se hace con una intención de afecto, la mayoría de las veces es sólo para hacer burla de nuestras imperfecciones. Sin embargo, lo peor es nuestro consentimiento a que nos “cuelguen” etiquetas que, además de suprimir nuestra identidad para convertirnos en estereotipos, nos segregan y discriminan, sin que siquiera veamos algo malo en ello. Pero no te equivoques: que no veamos la maldad en esto, no quiere decir que no sea malo.

El poder de las palabras

Como dijo Sófocles: ”Una palabra es suficiente para hacer o deshacer la fortuna de un hombre”. En este caso, algo tan simple como un mote es capaz de destruir la confianza y la imagen que tenemos en nosotros mismos; incluso, lo que es una habilidad o un don, empleado como mofa puede llegar a dañarnos.

Un ejemplo claro de lo anterior es cuando la gente se refiriere a alguien como el “cerebrito” o “nerd”. La reacción de la mayoría consiste en alejarse de esas personas. Esto ocurre porque, cuando encasillamos o permitimos que nos encasillen, estamos limitando nuestra personalidad y con ello, nuestras oportunidades. Con dificultad alguien a quien toda la vida han llamado “chaparro”, se atreverá a convertirse en basquetbolista. Lo mismo ocurrirá a la chica que le dicen “gorda”, aunque su sueño más grande sea convertirse en modelo; el “cuatro ojos” vivirá siempre acomplejado por sus lentes, así como el “negro” sentirá vergüenza de su color.

Etiquetar a las personas es una forma de violencia

Cuando nacemos nuestros padres nos ponen un nombre. La idea al nombrarnos de cierta manera es perpetuar en nosotros una herencia, un recuerdo, una personalidad, un destino, al tiempo de hacernos únicos e individuales. Cambiarlo por un apelativo, que lejos de ensalzarnos nos coarta, es una forma de violencia. Lo terrible es que esta violencia en específico se da tanto en los que nos quieren, como en los que no.

Advertisement

Para confirmarlo, sólo basta que tomes un momento y pienses: ¿Cuál es el lugar donde inician estas conductas? ¿Quiénes son los primeros en llamarnos de manera diferente a nuestro nombre propio? Sí, respondiste bien: en nuestros hogares, con nuestros seres queridos. Es allí donde todo comienza.

Quizá pienses que hoy en día ya todo es malo, que antaño no éramos tan sensibles a estas cosas, pero no es así. Este tipo de conductas han lastimado siempre, lo que pasa es que antes era mal visto reconocer que algo nos hacía daño: lo mejor era superarlo y seguir adelante. Pero es precisamente este “superarlo” lo que ha provocado que en la actualidad la personas de raza negra consideren que llamarles por el color de su piel es ofensivo, sin embargo, nadie se enoja cuando le dicen “güero” o “blanquito”. Lo mismo ocurre con ser “flaco”: rechazamos tanto el sobrepeso, que decirle a alguien “flaco” ya es cumplido. Los estereotipos están marcados por aquello que en nuestra sociedad es poco valorado.

Si reparamos en esto, notaremos que nunca superamos el peso de estas etiquetas, solo hemos aceptado este hecho y en cuanto tenemos oportunidad, enfocamos nuestros esfuerzos a borrar esas características que nos han atormentado. Si queremos dejar de reproducir el daño que implica poner etiquetas simbólicas en la frente de los otros, el reto está en modificar las conductas que promueven esta violencia psicológica. Lo primero para ello sería:

Llama a las personas por su nombre de pila

Si quieres ser afectuoso, puedes usar un diminutivo. Por ejemplo, si se llama Arturo, puedes llamarle Artur; a Guadalupe, Lupita; a Maria, Mari. Es una manera simple de ser informales en el trato, sin dañar el autoestima de los otros.

Enseña y corrige a los niños

Cuando los veas incurriendo en una conducta discriminatoria, explícales las consecuencias negativas que pueden provocar en otras personas. Si es necesario, pídeles que se disculpen con la persona a quien han ofendido. No des poca importancia a esta conducta: los sobrenombres son una forma de bullying, y el bullying es violencia.

Advertisement

Si es preciso, busca ayuda profesional

Si tu hijo ha sido víctima de estas conductas, búsca ayuda profesional. No subestimes el poder de las palabras: lo mismo podemos sentirnos los seres más felices de la tierra, que los más miserables, a consecuencia del poder de una palabra.

Mantén la comunicación con tus pequeños para que puedas notar cuando algo como esto ocurre en su entorno. Si la situación se da en la escuela, busca el apoyo de las autoridades escolares para que se encarguen de detener esta conducta.

Cuida tus palabras

Cuando estés enojado con alguien, no hagas uso de adjetivos descalificativos para señalar sus errores, pues ambos terminarán creyendo en ellos, y la imagen del otro, hacia afuera y adentro de la persona, quedará afectada para siempre. Recuerda que para recibir respeto, el primer paso es darlo.

Si no te sientes cómodo, no te quedes en silencio

Si eres víctima de apodos, una manera de actuar para que cesen es no reaccionar cuando te llamen de una manera diferente a tu nombre propio. Así, la persona entenderá que si quiere comunicarse contigo deberá hacerlo con respeto y bajo tus reglas. Hazle ver a las personas que el uso de sobrenombres no te gusta y exige el respeto que mereces.

Sé sensible a las preferencias de los otros

Si vas a llamarle a alguien de una manera distinta a su nombre de pila, cerciórate de contar con su consentimiento. Toma en cuenta que si son pequeños o se encuentran vulnerables, no es justo que uses tu condición de superioridad para hacer tu voluntad y pasar por alto la de los otros. Como ocurre con casi todo en la vida, existen excepciones. Por supuesto, habrá a quien le guste mucho su alias, o quien no vea en ello problema alguno. Sin embargo, se debe tener mucho cuidado, pues el daño al generalizar y no tomar en cuenta el sentir de la otra persona puede ser (y de hecho casi siempre lo es) irreparable.

Advertisement

Las palabras duelen tanto o más que los golpes, pues el dolor físico pasa, pero las palabras lastiman nuestros sentimientos, nuestra imagen, nuestra confianza. Si somos seres humanos, únicos e irrepetibles, ¿por qué tratarnos unos a otros como simple mercancía, etiquetándonos?

Toma un momento para compartir ...

Yordy Giraldo

Yordanka Pérez Giraldo, Cubana de nacimiento, mexicana por elección.