Razones por las que amo ser madre

Ser madre es uno de los roles más hermosos que he asumido en la vida, ¿quieres saber por qué?

Camila Ignacia Gómez González

Cuando hace cinco años me convertí en madre, jamás pensé que amaría tanto este nuevo rol. Y aunque a veces resulta extenuante, no lo cambiaría por nada del mundo. Las satisfacciones que he experimentado son lo máximo en mi vida y dudo mucho que, incluso lograr un título profesional o conseguir el trabajo de mis sueños, se iguale en la más mínima parte a que alguien de menos de un metro con veinte centímetros de estatura, me llame Mamá.

Por este motivo, he elaborado una lista con algunas de las razones que me llevan decir que amo ser mamá con todo mi corazón:

1. Me convertí en mejor persona

No importa cuán cansada esté o si he tenido un mal día, debo ser la mejor versión de mí misma cada vez que vuelvo a casa. ¿Cómo negarle una amplia sonrisa a un pequeño, que me recibe con los brazos abiertos cuando me ve llegar? Debo ser mejor: por mí, por él, por nuestra familia.

2. De pronto fui previsora profesional

No solo en el área de los múltiples riesgos que tiene una casa porque, seamos sinceras, cuando no eres madre no dimensionas lo peligros que puede llegar a representar un peldaño de la escalera, el daño que pueden hacer las puntas de las mesas, y poco importa el tipo de plantas que adornan tu living. También he debido aprender a ser previsora pues, de una forma u otra, la vida me enseñó que las enfermedades no conocen de fechas de pago, los cumpleaños de los compañeros de curso son frecuentes y los materiales extras tampoco se hacen esperar. Por todo ello, mantener un pozo de ahorros con el nombre de mi hijo, es algo completamente natural para mí

3. Saqué las fuerzas que tenía escondidas

A decir verdad, no tengo la menor idea dónde tenía guardadas las fuerzas interiores que me llevan a luchar por mi hijo día a día. Siento que puedo hacer todo por él, incluso superar mis miedos, como conducir, con tal de llevarlo a su entrenamiento de Taekwondo de manera rápida y segura.

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4. Desarrollé la empatía

Nunca antes sentí con tanto dolor el pinchazo de una vacuna, ni tanto sufrimiento al ver a un niño enfermo. Mucho menos sentía el dolor de una madre al perder a su hijo o la tristeza de pedir que los malestares que está sufriendo su pequeño fueran de ella.

5. Entendí que la naturaleza es sabia

Nunca antes me importó mucho el desarrollo del cuerpo humano, quizás porque uno asume que cada parte de él tiene un funcionamiento determinado. Sin embargo, desde que nació mi hijo, comprendí que una semana más en el vientre es tan importante como pocas veces dimensioné. Poco a poco logré entender que mi hijo tiene su propio ritmo y que no es necesario compararlo con patrones preestablecidos por la sociedad.

6. Amé más a su padre

Antes de que mi hijo naciera, vivir bien y cómodos era algo natural, pero cuando vi llegar a mi esposo cansado por trabajar algunas o horas extras, para poder alcanzar una nueva meta familiar, fue algo difícil de explicar: me llevó a amarlo aún más que cuando lo conocí.

7. Maduré

Los problemas que antiguamente eran “tremendos”, hoy no representan ni siquiera una inquietud. Lejos de pensar en el fin de semana como una oportunidad para salir a bailar con mis amigas o mi marido, siempre pienso en algún panorama en que los tres podamos disfrutar sin límites.

No puedo negar que muchas veces he llorado porque no me he sentido capaz de enfrentar algunos retos propios de esta gran tarea. Pero poco a poco mi hijo me ha ido mostrando el camino para poder seguir y salir adelante, sin temer a los cambios.

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Camila Ignacia Gómez González

Camila, es Relacionadora Pública, con orientación en Marketing, actualmente reside en Villa Alemana, Chile. Es esposa y madre, y ama escribir para ayudar a fortalecer los lazos familiares.