Si algo me enseñó la maternidad, es a tener una paciencia infinita

La maternidad es el ejercicio constante de la paciencia ¿La estás ejercitando?

Fernanda Gonzalez Casafús

Si hay algo que tiene de bello la maternidad es la transformación que produce en las mujeres. Dejando de lado los clichés que abundan en la sociedad, cada una de nosotras sabemos cuánto nos hemos reinventado una y otra vez desde que somos madres. Y la paciencia, como virtud indiscutible en esta metamorfosis, aparece y se instala para siempre (aunque a veces pensemos que la perdemos por completo).

Y si crees que no es así, piensa en la infinidad de veces que has contado hasta 10 antes de regañar a tu hijo por aquello que vienes diciéndole, o la cantidad de noches arullándolo en tus brazos para que se duerma, o todas las veces que respondes a la misma pregunta. Eso es paciencia, mamá. Y se traduce en amor.

Y aunque a veces la pierdas, allí está

Jamás en mi vida pensé que iba a ser tan paciente con cosas que en otro momento de mi vida me sacaban de quicio. Claro que a medida que vamos madurando vamos desarrollando la paciencia. Sin embargo, creo que no conocí la paciencia en su esplendor hasta que me convertí en madre.

Muchas veces actuamos de manera impulsiva ante una travesura de nuestros hijos y luego nos arrepentimos. Nos sentimos culpables y no podemos con esa sensación de error que queda latente; la paciencia llegó a su límite y no supimos contenernos. Sin embargo, sacas lo mejor de ti para recomponer la situación y volver a darte una oportunidad. Esta vez, prometes tener más paciencia.

Aunque a veces sintamos que ya no podemos más, la maternidad nos demuestra que no hay momento en la vida en donde seamos más pacientes. Amamos a nuestros hijos, y ser pacientes con ellos les demuestra y ratifica nuestro amor, nuestra entrega y dedicación absolutas.

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Un truco genial para practicar la paciencia

Contar hasta 10 no siempre sirve. Rogar que hagan la tarea, que junten sus juguetes, que recojan su ropa del piso, o lo que sea, hace que nos pasemos el día llenando nuestro “medidor de la paciencia”; hasta que de un momento a otro, rebalsa.

Entonces, te sientes la peor, porque has gritado a tus hijos y no has sabido contenerte. Y aunque en la mayoría de los casos tengas la paciencia de un monje tibetano, con que una sola vez la intolerancia se apodere de ti, ya es suficiente para sentirte algo mal y con deseo de revertir esa situación.

Hay un truco muy bueno que leí una vez por allí en un blog para practicar la paciencia positiva. Consiste en tomar una muñeca y atarle 5 gomitas de pelo (o coliteros), y por cada vez que sientas que pierdas la paciencia debes quitarle una y colocársela a otra muñeca. La misión es recuperar esas gomitas que le has ido quitando a la muñeca inicial y has puesto en la otra. ¿Y cómo las recuperas?

Por cada gomita que quitas, debes hacer una buena acción con tu hijo (cantar, bailar juntos, decirle cuánto lo amas, etc.), pues por cada acción negativa se necesitan cinco acciones positivas para enmendar ese error.

Así, luego de poner en práctica este sencillo truco puedes sentir que la calma vuelve a apoderarse de ti, y que aunque tu hijo necesite disciplina, todo lo que se haga con amor obtiene mejores resultados.

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La paciencia, una virtud carente en estos tiempos

Como tú, quiero ser la mejor madre para mis hijos. Y ello implica saber atender sus necesidades en el momento que lo necesitan. La paciencia, en este contexto, es un factor fundamental para construir un fuerte vínculo con esos bajitos que tienen la capacidad de hacernos sentir enamoradas en un momento, y unas brujas en otro.

Desde que me convertí en madre entendí que la paciencia es una virtud que se desarrolla, se perfecciona y se mantiene a base práctica. La paciencia es un valor que tenemos los seres humanos que nos hace tolerar, comprender y empatizar con los demás.

La paciencia es una virtud que está algo olvidada en una sociedad que vive acelerada, inmersa en una cultura de la inmediatez. El avance de las comunicaciones nos ha ido llevando por el camino de la vorágine, obligándonos a no parar, pues si paramos nos quedamos en desventaja del resto.

Así crecen nuestro hijos

En este contexto, nuestros hijos se están acostumbrando a la vida veloz, a no esperar, a resolver todo ahora y ya. Piensa en los dispositivos móviles, que solucionan todo al instante y que nos hacen cada vez más perezosos para resolver cuestiones que antes nos llevaban más tiempo.

Nuestros hijos van aprendiendo que todo se resuelve de forma instantánea, con solo apretar un botón. Hace tan solo unos años, las familias se reunían a esperar el programa de las 8 de la noche. Hoy, nadie espera nada, pues cada uno ve el programa que quiere a la hora que quiere (y, tristemente, muchas veces, en lugares separados de la casa).

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Es nuestra misión recordar a nuestros hijos que la paciencia es un árbol de raíz amarga pero de frutos muy dulces. Es decir, puedes padecer en el camino a tus metas y objetivos, pero luego los resultados serán los esperados.

El autocontrol como forma de vida

 La paciencia es una forma de vida. Ser pacientes, con uno mismo y con los demás, nos llevará a desarrollar valores tan nobles como la tolerancia, el respeto y la solidaridad. Cuando nuestros hijos ven cómo manejamos pacientemente ciertas situaciones, estamos brindándole una herramienta valiosísima para la vida.

La paciencia es hermana del amor. Cultívala de forma diaria para que tu familia, y tú misma, se vean beneficiados con sus dulces frutos. ¡Adelante! Lo estás haciendo muy bien.

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Fernanda Gonzalez Casafús

Fernanda es Licenciada en Periodismo, especialista en Redacción Digital y Community Managment. Editora de contenidos y redactora en Familias.com. Nacida en Argentina y mamá de dos, ama los animales, la danza, la lectura y la vida en familia. Escribir sobre la familia y la maternidad se ha convertido en su pasión.