Su madre le hizo una confesión por teléfono… y de seguro tú seguirás su ejemplo

Como padres, todos cometemos errores y los escondemos debajo de la alfombra. Lo que yo aprendí de mi madre, seguro se aplica a ti y te hará una madre más segura y más feliz.

Marilú Ochoa Méndez

A veces he caído en la tentación de decirles a mis hijos una gran mentira. He tenido días malos, en los que me miran triste, confundida o enojada, y cuando me preguntan qué es lo que me pasa, cambio el semblante y les respondo que nada, que ya se me pasará. Supongo que eso los desconcierta, pues notan en mi rostro que algo sucede. Sin embargo, mi actuar es automático. Me pregunto, ¿dónde aprendimos los adultos que los hijos no comprenden?, ¿por qué a veces ocultamos realidades que les son obvias?, ¿es verdad que debemos protegerlos de lo que nos hace daño para que no los lastime a ellos?

Un día, de la manera más natural posible, mi madre me dio la respuesta a estos cuestionamientos. Sosteníamos una llamada telefónica y de repente, me confesó que le hubiera gustado hacer algunas cosas distintas en nuestra crianza. Fue algo sencillo y sincero. Aún recuerdo su tono de voz, más callado que de costumbre y un poco dolido. Mi madre, esa mujer maravillosa y generosa que aún hoy sigue al pendiente de sus siete hijos, todos mayores y autosuficientes; quien siempre nos dio lo que pudo y más aún, estaba mostrándome su vulnerabilidad. Sus palabras me conmovieron, y me ayudaron a comprender lo que ahora te comparto:

1. Podemos abrirnos con nuestros hijos, ¡son nuestros hijos!

Hablar al corazón es una forma especial de comunicación, y la más rica. Tomar un jirón de nuestra piel y exponerlo frente a otra persona duele, conecta, maravilla y siempre enriquece. Muchas cosas he aprendido de mi madre, pero ese día que la escuché dirigirse a mí de madre a madre, de igual a igual, me cimbró. Me sentí conectada, y de algún modo, sentí que se colocaban en su lugar muchas de mis inquietudes, se llenaban los cajones de mis recuerdos de infancia bañándose en el “puedes reconocer y validar lo que sientes”. Sentí que podía bajarme del trono imponente de “madre perfecta” y que podía sentarme como la niña que fui, a mirar mi vida desde este reconocimiento: mi madre tampoco es perfecta, ¡y está bien!

Relee: Sé el mejor padre imperfecto del mundo.

2. ¿Estamos conectados en el plano personal?

La disposición, cercanía y afecto que mostramos a nuestros hijos moldean y definen nuestra relación con ellos. Y esto se basa enormemente en nuestra conexión personal con los botones internos que disparan nuestras reacciones. Me refiero a experiencias vividas en la propia infancia, por ejemplo, que al haber sufrido de acoso escolar seamos muy sensibles a comentarios sobre nuestra apariencia, y repliquemos esto en nuestra relación con nuestros hijos y amigos.

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Para la terapeuta y experta en crianza consciente Yvonne Laborda, esta conexión es básica, ya que garantiza que midamos en su justa dimensión lo que nos ocurre en el ámbito personal y lo que nos ocurre con nuestros hijos o nuestra pareja. Lograrla nos ayudará a nombrar con acierto lo que ocurre en nuestro interior y enseñará a nuestros hijos a cómo adquirir inteligencia emocional.

Si te interesa el tema, te invito a releer: Hablemos de inteligencia emocional

3. Es sano aceptar que no las podemos todas

Como todos los seres humanos, las madres también somos imperfectas. Esta realidad, que podría liberarnos y ayudar tanto a los miembros de nuestra familia, no siempre es aceptada y mucho menos reconocida frente a otros. Hace días, una amiga me comentó algo liberador: ha luchado con el despiste y el desorden toda su vida (pero luchado en serio, no solamente se ha resignado), y no hay día que no le pida a Dios que tome sus esfuerzos y los multiplique, que sea Él quien eduque a sus hijos, que acerque a ellos gente que los inspire y motive, y que los ayude a aprender lo que ella no sabe o no puede lograr con ellos. ¡Qué hermosa oración!, me recuerda la frase: “No le cuentes a Dios tus problemas, cuéntale a tus problemas que tienes un Dios”.

En resumen, la confianza es el mejor pegamento para las relaciones familiares, anímate a reforzarla, sus riquezas no tardarán en aparecer.

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Marilú Ochoa Méndez

Enamorada de la familia como espacio de crecimiento humano, maestra apasionada, orgullosa esposa, y madre de siete niños que alegran sus días. Ama leer, la buena música, y escribir, para compartir sus luchas y aprendizajes y crecer contigo.