Un corazón limpio es capaz de ver a Dios en los demás

Es posible ver a Dios en los demás cuando ves el lado hermoso de cada persona que te rodea.

Erika Patricia Otero

Mares de personas llenan las calles de las ciudades del mundo a diario. Algunos van solos y otros van acompañados, pero todos ocupados en sus asuntos. Incluso hay quienes, si tropiezan contigo, no se giran para disculparse y hasta se molestan por eso.

Pero, ¿qué pasaría si te detuvieras 15 minutos y miraras a las personas que pasan a tu alrededor? ¿Podrías ver quienes van tristes, preocupados o enojados? ¿Crees que podrías saber cuántos de ellos sufren un luto o tienen hambre? Yo creo que si lo hiciéramos cada día,  aunque fuera por 10 minutos, podríamos comenzar a “leer” las vivencias de los demás.

Es posible que al observar a las personas nos viéramos reflejados en ellos. Ver que, al igual que nosotros, también tienen familias por las que se esfuerzan y sacrifican; hijos y padres a los que adoran; debilidades con las que luchan a diario. Creo que seríamos capaces de dejar de juzgar y seríamos más capaces de amar y respetar.

Cómo puedo ver a Dios en las personas

Una frase se hizo popular hace unos pocos años atrás dice: “No me juzgues porque peco diferente a como pecas tú”. Es cierto, y esto se debe a que es mucho más fácil “ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio” (Lucas 6:42).

Lastimosamente, tenemos la mala costumbre de juzgar a los demás por sus errores, pero, ¿y si dejáramos de ver sus fallas y en su lugar viéramos sus cualidades y buenos actos? Creo que comenzaríamos a ver a Dios en ellos.

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En San Juan 14, 7-14 se nos enseña lo siguiente:

Si ustedes realmente me conocieran, conocerían también a mi Padre. Y ya desde este momento lo conocen y lo han visto.

—Señor —dijo Felipe—, muéstranos al Padre y con eso nos basta.

—¡Pero, Felipe! ¿Tanto tiempo llevo ya entre ustedes, y todavía no me conoces? El que me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo puedes decirme: “Muéstranos al Padre”?10 ¿Acaso no crees que yo estoy en el Padre, y que el Padre está en mí? Las palabras que yo les comunico, no las hablo como cosa mía, sino que es el Padre, que está en mí, el que realiza sus obras.

Dios en nosotros

Si aplicamos estos versiculos de la biblia a la vida humana, podemos decir que es posible ver a Dios en los demás (y en nosotros), porque en todos hay una porción divina. O ¿acaso no fuimos creados a su imagen y semejanza?

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Es verdad que de perfectos (como Dios) no tenemos mucho; sin embargo, en medio de la imperfección, también hay algo sagrado en nosotros. Según las escrituras “Estamos hechos a imagen y semejanza divina”; es decir, con todas y cada una de las cualidades que se requieren para ser perfectos. La situación es que también tenemos el libre albedrío, la capacidad para elegir; es acá donde erramos, caemos y sufrimos (pecado y consecuencia). Pese a esto, esas pruebas y sufrimientos lo que pretenden es que aprendamos la lección y que jamás volvamos a cometer las misma falla.

Sí, también es cierto que vinimos a esta vida a ser felices; también es cierto que hay muchas situaciones que no merecemos sufrir, pero la felicidad llega a nosotros cuando aprendemos a ser humildes y resilientes (tener buena actitud en los momentos difíciles).

Aparte de esto, tampoco podemos negar que aprendemos los unos de los otros. Los padres enseñan a los hijos, e incluso los niños enseñan a sus padres. Los ricos aprenden de los pobres y viceversa. También aprendemos de la vida y experiencias de los demás, esto porque somos observadores activos de esta existencia. Aprender es a lo que vinimos y en esto hay mucho de divino.

Aprender implica humildad, y entre más humilde una persona, menos sufre. Se sufre menos porque aprende a admitir los errores y además uno se esfuerza por corregirse o pedir ayuda si así lo requiere.

El amor al prójimo

Esta es otra forma de ver a Dios en los demás.

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Es muy difícil amar a una persona con la que no hay un vínculo sanguíneo ni afectivo; sin embargo, cuando nos arriesgamos a abrir nuestro corazón, a respetar a los demás, a ayudar y a servir, entonces comenzamos a amar a los demás.

Amar al prójimo es sentir compasión y dolor por el sufrimiento ajeno, es dar la mano cuando alguien lo requiere, es servir a los demás de manera desinteresada.

Cuando te ofreces a servir a las personas que conoces, te abres a la oportunidad de amar a los demás, eres un hijo de Dios haciendo lo que se supone viniste a hacer: su obra.

Las mismas escrituras dicen que Dios es amor; entonces, si Dios está en ti, tienes en tus manos todas las cualidades que se requieren para hacer la obra que él mandó.

Todos podemos cambiar para bien. Esto se logra cuando ayudamos sin perseguir ser del agrado de Dios, sino buscando la posibilidad de ser el mejor ser humano que podamos.

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La invitación que te dejo -y me dejo- es a criticar y juzgar menos, a servir, a ayudar, a ser feliz y a perfeccionarte para que logres la meta por la que fuiste enviado: ser un buen hijo de Dios.

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Erika Patricia Otero

Psicóloga con experiencia en trabajo con comunidades, niños y adolescentes en riesgo.