Y tú, ¿educas bonito a tus hijos?

Es fácil perder el foco en la paternidad, ¡estamos tan saturados! Retoma la barca de la crianza amorosa con estos consejos

Marilú Ochoa Méndez

En ocasiones, los padres nos sentimos desamparados, al menos, es lo que me ha sucedido a mí en varias ocasiones.  La primera, cuando nos entregaron a nuestro hijo, carne de nuestra carne.  Listos para salir del hospital con él en brazos, mi esposo y yo miramos ese bulto calentito que nos enternecía tanto, y nos descubrimos desconcertados, y emocionados.

Nuestra emoción iba a la par de la inquietud, pues no sabíamos bien a bien qué aventuras nos esperaban. Día a día, vamos agarrándole el modo al tema de la maternidad y la paternidad, pero el sentimiento de desamparo no se va.  Regresa continuamente para decirnos que es preciso prestar atención a nuestros hijos, que el modo como habíamos lidiado con los problemas y retos que nos presenta su pequeña existencia, necesita un avance, un movimiento, un giro.

A muchos padres les abruma la presencia insistente y disruptiva de los hijos.  Quisieran que fueran un tipo de autómatas, que entrenáramos para actuar de cierta forma, y pudiéramos soltar, para que siguieran indicaciones. La vida los abruma, y los hijos los agobian.  Son padres responsables, que piensan en la manutención, en el pago de las colegiaturas de la escuelas, en las vacaciones una vez al año que ayuden a distraer un poco a todos.  Están tan ocupados, que sienten como una irrupción las necesidades de sus pequeños, y comienzan a querer controlar, entrenar y limitar a sus hijos, en vez de plantearse educarlos.

Es fácil perder el foco

A Susy no le gusta peinarse. Desde pequeña le ha molestado que le toquen su cabecita.  Cuando era bebé, traía siempre el cabellito corto, para colocarle un moñito y no hacerla sufrir, pero ahora tiene cinco años, y no hay manera de pasarle un cepillo por la cabeza. Sus padres se desesperan continuamente con ella, utilizando desde ruegos, hasta amenazas.  En los peores ratos, le han dicho que se ve fea, que está desarreglada. Incluso, le han dicho que es horrible, la han tratado con desprecio y desdén, cuando -frustrados- no consiguen convencerla para que se deje peinar antes de salir. Estos padres están dando prioridad a la apariencia de su nena, mientras apachurran su corazón, con el pretexto de velar “por su bien”. Esto no es educar bonito.

Para educar bonito, primero, estar

Pero ¡es tan difícil!. Ser mamá y papá es agotador. Exige estar disponibles las veinticuatro horas del día, a expensas de necesidades, ruegos, conflictos, llantos y nuestro nombre repetido un millar de veces, turbando el cerebro, el ánimo y a veces el corazón. Sin embargo, ¡podemos! No estamos sujetos solo a los estímulos externos, podemos autodominarnos, y proyectar relaciones sanas y enriquecedoras con nuestros hijos. Necesitamos estar preparados. Estar prevenidos y atentos, y con corazón y mente saludables, para que nuestra presencia en casa sea consciente, y positiva.

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¿Qué tan conectados estamos?

¿Qué haces cuando te sientes tan cansada que dejas de estar presente?, ¿de qué manera sacas la presión? ¿Es fácil que descargues con los tuyos las irritaciones del día a día? Responder estas preguntas te da una idea de qué tan conectada estás contigo misma. ¿Escuchas tus corazonadas?, ¿atiendes tus llamados interiores?, ¿logras desahogar tus frustraciones, o las ahogas en televisión, redes sociales y distracciones superficiales? La primer labor del educador es saber qué desea inculcar en las almas que tiene a su cuidado, reconociendo que ellos harán mas lo que ven, que lo que les es dicho. Estar conectados con nosotros nos permitirá darnos cuenta que pedirles a nuestros hijos que se hablen amablemente, comienza en la manera como tú y yo nos dirigimos a los demás. Esta amabilidad, demostrada por ti y por mi, modelará en ellos la necesidad y valor de nuestra enseñanza.

El respeto es el principio

Una educación “bonita” requiere primero la consideración por el otro.  Yo te respetaré, hijo, y con ello te mostraré que -una relación sana entre nosotros- requiere que me respetes también tú a mí. Valorarnos, aceptar que somos valiosos y buenos, mas allá de nuestras acciones y opiniones, será una bella forma de comenzar o recomenzar nuestra labor educativa en casa. El respeto implica reconocer que mis hijos son personas, inteligentes, capaces y con gustos y habilidades definidas, que necesitan un trato amable y respetuoso hacia sus necesidades, inquietudes y deseos. Respetar a nuestros hijos no implica permitir o promover que ellos actúen según su voluntad, sino más bien, que yo utilice herramientas y estrategias saludables y constructivas para con ellos, a la hora de promover en ellos lo bueno y lo verdadero.

Trata de ser siempre tú el adulto

Recuerda por favor conmigo  aquella vez que hiciste algo indebido.  Desde la vez que consumiste ese alimento que tanto daño te hace, a pesar de que sabías que después lo pasarías mal, o la vez que -por descuido- fuiste ineficiente en tu trabajo, o la vez que olvidaste la tarea en la Universidad.  Somos adultos, ¡y nos equivocamos tanto!. A veces, esperamos que los niños sean perfectos, y somos muy intolerantes ante sus exabruptos, sus desafíos, sus “ataques” o sus berrinches. No olvidemos que ellos están en construcción, y requieren un trato compasivo y amable. Una exigencia dulce e insistente para invitarlos a buscar lo bueno en ellos mismos y en los demás.

Buscar el momento de calma

Regresemos al tema del desamparo. ¿Qué hacer con este sentimiento de impotencia, incapacidad y eclipse en el que nuestros hijos nos hacen llegar al límite y no creemos poder más? Calmarnos. La calma, siempre nos dará la solución.  La Biblia lo resume de manera bella: “Si alguna vez se enojan, que el enojo no llegue hasta el punto de pecar, ni que les dure más allá de la puesta del sol” (Ef 4: 26).  ¿Te sientes a punto de expotar? Detente. Naturalmente, cuando estamos al rojo vivo, no debemos actuar, porque nuestra fuerza interna salpicará bilis e ira a todas partes. Busquemos serenarnos, y -te lo aseguro- con la calma en la mente y el corazón, dejando pasar tiempo y espacio ante aquello que nos reta, encontraremos una salida útil, valiosa y constructiva.

Educar bonito poco a poco y constantemente

Educar bonito es una tarea de comenzar y recomenzar.  Es una tarea de prueba y error.  Tendremos días armoniosos y felices, y días tristes y para pedir perdón.  Lo importante es volver a considerar la meta, reconociendo que el amor siempre logra mas cosas y mejores. El ambiente en tu hogar mejorará mucho si te animas a prestar atención, respetar, conectar contigo misma, actuar con la mayor madurez posible y ser muy paciente. Educar bonito, te dará serenidad, paz y la construcción saludable de una familia feliz.

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Marilú Ochoa Méndez

Enamorada de la familia como espacio de crecimiento humano, maestra apasionada, orgullosa esposa, y madre de siete niños que alegran sus días. Ama leer, la buena música, y escribir, para compartir sus luchas y aprendizajes y crecer contigo.