Abre el tesoro de la oración, te cambiará la vida

Orar es un tesoro inmenso. Aprende aquí cómo orar más y mejor para acercarte a Dios.

Marilú Ochoa Méndez

Es una metáfora común que los más grandes tesoros están a simple vista, en una lámpara vieja que Aladino debe rescatar de una cueva misteriosa, por ejemplo.

Creo que es una metáfora común porque es verdad. La vida demuestra que los tesoros no siempre brillan a simple vista, a veces se esconden en lo obvio, en lo común, en lo accesible.

Al alcance, tienes siempre un tesoro increíble, fuente inagotable de gracias y bendiciones. Es tan cercano, que puede pasarte desapercibido. Hoy, quisiera invitarte a reconsiderarlo. Orar más y mejor, cambiará tu vida.

Es que… no sé cómo hablar con Dios

Hay hijos que son como un libro abierto, y que nos dejan entrar a su mente y a su corazón, con quienes conectamos fácilmente. Y hay otros que nos hacen reinventarnos a la fuerza. Esto lo he vivido especialmente con uno de mis hijos. 

Hablar con él se convierte comúnmente en una odisea, no es directo.  Con él, la comunicación verbal es complicada.  Pero aquí está el detalle, la verbal (que es mi canal de expresión dominante) es la que es difícil, pero hay otras vías en las que puedo llegar a él.  Hoy lo sé, pero me costó mucho entenderlo. Es que yo le hablaba como yo soy, y olvidaba acercarme a él como él es.

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¿Le hablas a Dios como tú eres?

¿Qué tan efectivamente te comunicas?, ¿es fácil para ti pedir algo?, ¿reconoces tus verdaderos deseos y necesidades? Los hombres somos complicados. Queremos un favor, necesitamos cosas, pero a veces no sabemos pedir. A veces pedimos algo que no necesitamos, a veces estamos tan sumergidos en la ira, el dolor o la vida misma, que olvidamos siquiera que estamos rotos.

Tú y yo (aceptémoslo), somos complicados a veces. No nos gusta que nos hablen solo para pedirnos cosas. A veces estamos de buen ánimo, y somos amables, pero si nos agarran en los cuatro minutos de furia, ¡peligro mortal!, podemos casi morder.

Dios no es así. Él, “es lento para la cólera, y generoso para perdonar“(Sal 103: 8). Te ama más de lo que tú llegarás a amarte.  Por ti, crearía el universo entero, y volvería a morir en la cruz.

Él no es el del problema, somos tú y yo

La ventaja es que Dios nos conoce mejor que nadie. Dios te dice: “Antes que te formaras en el vientre de tu madre te conocí, y antes que salieras de la matriz te santifiqué” (Jer 1: 5). Está siempre allí,

Entonces, ¡no hay que preocuparse! Podemos ponernos en las manos providentes y amorosas de Dios, depositar nuestras cargas, dolores, inquietudes, y dejar que Su corazón enorme nos abrace, nos recomponga, nos reponga las fuerzas. Y desde ahí, con nuestras limitaciones y desencuentros, hablarle.

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Hablar con Dios es muy sencillo

Hay muchos pasajes en la Biblia en los que el mismo Jesús nos indica la manera de orar, pero también podemos ver en su trato cotidiano, cómo podemos acercárnosle.

Te sugiero algunas vías:

Llamarle, insistir como Bartimeo

En el Evangelio de San Marcos, leemos el caso de este ciego, que en Jericó, al escuchar que Jesús se acercaba, se puso a gritarle: “¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!“. Las personas, avergonzadas por el escándalo, le pedían que se callara, pero él no lo hizo. En cambio, gritó más fuerte. ¿Cuál fue su recompensa? Jesús pidió que lo llevaran frente a Él y le preguntó lo que deseaba, concediéndoselo al momento (Mc 10, 46: 52).

¿Qué necesitas? ¿Salud?, ¿paz en el corazón?, ¿resolver un problema familiar? Insiste, grítale, llórale, cántale. Dios “nunca desprecia un corazón contrito y humillado” (Sal 21, 17).

Tocar la orla de Su manto

La hemorroísa era una mujer que había padecido flujo de sangre por más de 10 años. Era considerada impura, así que no estaba muy cerca de la gente, pero al ver Jesús pasar, vio una oportunidad, y siguió su corazón. No quiso hablarle, pero pensó que si tal vez, tocaba solamente la punta, la orla de Su manto, sanaría.

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Así fue. Su fe gigante, su esperanza y su reconocimiento al poder de Jesús, la movieron, y recibió lo que buscaba. Ella no deseaba ser vista, no se sentía digna, pero Jesús quiso reconocer su gran fe, y la buscó. Ella tenía miedo, pero recibió unas bellas palabras: «Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu enfermedad» (Mc 21, 35).

Si lo tuyo no es “gritarle” a Dios, acércatele. Lee Su palabra en la Biblia, habla con algún sacerdote o pastor, lee vidas de cristianos ejemplares, y sábete en el fondo de tu corazón, que quien lo busca con fe, nunca regresa sin nada.

Ir a lo secreto

Jesús dijo: “Tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público” (Mt 6, 6:13).

Jesús te espera en tu corazón. No necesitamos ir a ningún lado, solamente entrar en nosotros mismos. Ahí, Él nos espera. Nos mira desde ahí, desde nuestras heridas, nuestro dolor y nuestra tristeza. No hay puerta que se resista a Su mirada amorosa, ni hay secreto que no conozca.

Mira qué belleza: “Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros“. (Romanos 5:8) Nada va a asustarle, no le importa lo incapaces o malvados que seamos. ¿Te imaginas? Así como somos nos amó primero, y entregó hasta la última gota de Su sangre en la Cruz por ti.

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Orar con el Padrenuestro

Cuando oren, “digan así: «Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.  Venga tu reino. Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo. Danos hoy el pan nuestro de cada día. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores. Y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal. Porque tuyo es el reino y el poder y la gloria para siempre jamás” (Mt 6, 9:13).

En esta bellísima oración, Cristo nos da una guía para orar al Padre. Primero, reconocer Su grandeza y poder. Pedir que el mundo reconozca y reciba Sus bendiciones. Honrar y buscar lo que Él quiere, porque Sus designios son buenos siempre, aunque no lo comprendamos.

Le pedimos también perdón: ¡lo ofendemos tanto! Y nos muestra un camino retador: que la medida del perdón que nos otorgue sea como el que damos. Sin duda, esta oración debe movernos a la acción, a un cambio de vida, a amar más y mejor.

Le pedimos que nos libre del mal, pero reconocemos que Él, como Dios, hará lo que considere mejor para sus hijos.

Dios no es un restaurante

Terminemos esta reflexión con un punto interesante comúnmente olvidado: Dios es Dios. Eso significa que -por más que nos ame- Él decide.

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Su amor no es condescendiente, es exigente, porque nos ama mucho. No se conforma con que vivamos a medias, nos ama tanto que desea que, en el Cielo, vivamos realmente felices, y eso exige una vida libre de pecado, una vida pura, una vida buena.

Entonces, no siempre atenderá precisamente lo que le pedimos. Pero eso no significa que no esté pendiente de cada uno, que no nos ame, y que no nos escuche.

Orar ayuda siempre, aunque no recibamos aquello que deseamos. Orar nos cambia el alma, nos recuerda que somos imperfectos, necesitados y miserables, pero que así somos amados, que no estamos solos.

Al hablarle, recibiremos promesas bellísimas, aquí te anoto una que te conmoverá: “Les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos; y quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne, y les daré un corazón de carne” (Jer 11, 19:20).

¿Lo ves? Orar es un tesoro inmenso, ¿iniciamos hoy, tú y yo, a orar más, a orar mejor?

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Marilú Ochoa Méndez

Enamorada de la familia como espacio de crecimiento humano, maestra apasionada, orgullosa esposa, y madre de siete niños que alegran sus días. Ama leer, la buena música, y escribir, para compartir sus luchas y aprendizajes y crecer contigo.