Haz tu parte con fe y Dios te evitará dolores

La fe es creer en lo que no se ve y confiar en que todo lo que pasa en tu vida es por tu bien.

Erika Patricia Otero

Es difícil tener fe. Es algo con lo que todos hemos luchado en algún momento de la vida. Y es que como seres humanos es muy complicado depender de una fuerza externa que claramente no podemos controlar.

Quizás esa resistencia a depender de Dios venga de nuestro orgullo. Tenemos esa creencia como seres humanos que somos capaces de lograr todo lo que nos propongamos.

No nos digamos mentiras, hay cosas y situaciones que por mucho que luchemos no se dan. Es en estos momentos que sentimos que el mundo se nos viene encima y perdemos toda la fuerza interna. Es natural que cuando eso sucede sintamos con mucha rabia y reneguemos.

Esto nos obliga a dejar atrás el orgullo y a volvernos humildes. Y es que en eso consiste creer en Dios: en abandonarnos a su voluntad; en volvernos humildes y a aprender a aceptar las cosas que él tiene para nosotros.

El proceso de aprender a tener fe

Es difícil, no te voy a engañar. Nada es más complicado que aprender a tener fe.

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Piensa en cuando eras adolescente ¿Recuerdas lo molesto que era aceptar la imposición de los padres? Ahora, imagina ser adulto y depender de una fuerza superior que te dará lo que necesitas, no lo que deseas; y que, además, te pondrá a prueba. Quitará de tu camino lo que no te ayuda a ser mejor y en cambio pondrá otras cosas.

La situación es esa, que aprender a aceptar una voluntad externa sobre nuestra vida puede parecer difícil, pero necesario.

Ahora, supón que obtuvieras todo lo que deseas; tantas persona tras un mismo objetivo, sería el caos. Así como no todo el mundo se gana la lotería, no todos se casan con la misma persona.

Por si fuera poco, muchas veces anhelamos cosas, personas y situaciones que no sabemos cómo son en realidad. Solo somos simples seres humanos que desconocemos lo que hay más allá. Entonces, cuando las cosas son así, Dios interviene para impedirnos caer en una situación o relación desastrosa.

Al principio, cuando recién sucede esto, nos sentimos enojados y frustrados. Nos preguntamos por qué todo nos sale mal o fracasamos. Y es justo porque algo superior nos “quita” eso que queremos del camino, que no tenemos una caída más estrepitosa.

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Es complejo de aceptar, pero te aseguro, que luego te das cuenta del por qué de las cosas.

Por qué confiar y tener fe en Dios

Te lo contaré con un ejemplo.

Vivía en el extranjero cuando esto sucedió. Estaba sola y tratando de salir adelante. Quienes hemos emigrado sabemos que muchas veces debemos trabajar en lo que podamos; que no podemos ponernos de “exquisitos”, es sobrevivir o regresar a casa.

Sabía que si no quería morir de hambre debía conseguir un trabajo por sencillo que fuera. No me importaba ser profesional, si tenía que limpiar casas, lo haría con el fin de poder luchar; y lo hice, no me avergüenza.

Cuando parecía que al fin iba a obtener mi residencia, me la negaron; entonces, me dieron un plazo de un mes para regresar a mi país. Admito que fue muy doloroso; no quería regresar a mi casa porque deseaba salir adelante y ayudar a mi familia, pero regresé.

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Las cosas venían cambiando desde mi estancia allá. Lo que había construido en ese tiempo no era más que un espejismo; y como tal, se desvaneció. Crecí, aprendí y me liberé de malas compañías; claro, todo esto sucedió antecedido de muchas humillaciones.

Regresar a casa fue el cierre y la sanación de todas las situaciones que en su momento sentí desastrosas. Ya estando en casa me di cuenta que por 15 meses viví una buena experiencia en cuanto a crecimiento personal. Me di cuenta las verdaderas razones por las cuales muchas cosas que soñé no sucedieron. Entonces agradecí la intervención divina. Sí, porque estuve a nada de ser víctima de tremendo engaño. Luego, en mi país para mi muchas cosas cambiaron y todas las puertas se abrieron.

En su momento todo dolió mucho. Me frustré porque Dios conocía mis razones para irme de casa; sin embargo, lo que en un momento tomé como un retroceso, un fracaso, fue el triunfo máximo.

¿Qué quiero decir con esto?

Siempre me encomendé a Dios para que mi vida cambiara. Soñaba una existencia muy distinta a la que tenía; menos llena de pruebas y dolores. Estando fuera de mi país las cosas no cambiaron para bien; las decepciones fueron más grandes y yo soñaba con el éxito, pero nada de esto pasó.

Lo que sí ocurrió es que vi la verdadera cara de una persona que no me convenía. Comprendí que todo eso tenía que pasarme para hacerme consciente de eso. Para aprender a ser mejor persona y a amarme más como mujer.

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Entonces te preguntarás donde está la fe en este relato; bueno, siempre pedía a Dios su ayuda y asistencia. Rogaba porque las cosas se dieran como me convinieran y eso fue lo que pasó. Me engañaron, pero él se fue y me dejó libre; no caí en un mal empleo y regresé a mi casa. Tiempo después conseguí un buen empleo; ahora vivo en mi hogar, lejos de dolores y humillaciones, algo que allá viví a diario.

La fe no es un acto de magia donde las cosas pasan en tu vida sin someterte a ningún dolor. La fe te pule como si de un diamante en bruto se tratara. A veces, cuando eres terco sufres más. Cuando más insistes en algo, el aprendizaje es más lento y doloroso. Sin embargo, cuando eres humilde y aceptas que las cosas pasarán como mejor sean para ti, el sufrimiento es menor.

En eso consiste la fe en Dios: en ponerte en sus manos y confiar que todo será como deba ser. Además, Él siempre quiere para ti tu bienestar.

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Erika Patricia Otero

Psicóloga con experiencia en trabajo con comunidades, niños y adolescentes en riesgo.