Mamá, ¿qué haces con tus silencios y nudos?

¿Qué haces cuando te sientes confundida?, ¿cuando la maternidad, la vida familiar te sobrepasa?. Te mostramos cómo procesar estos momentos. 

Marilú Ochoa Méndez

Aristóteles, gran filósofo y genio griego, acuñó una maravillosa frase que me encanta, dice que las personas somos “esclavas de nuestras palabras, pero dueñas de nuestro silencio“. Cuando elegimos callar, somos sabias. ¡Qué diferente perspectiva ante la usanza de estos tiempos! Ahora, no importa tanto lo que se diga, sino estar en el candelero, ser visto, tener “likes”. La gente parece que no escucha, sino solo ve.

La misma María, la madre de Dios, elegía “guardar en su corazón” los episodios de la historia de Jesús que no alcanzaba a comprender. Dicen los evangelios que luego de parir al Niño Dios, llegaron los pastores a visitarlos, contando maravillas sobre el destino de Su hijo, y Ella, desconcertada, callaba y meditaba. También, cuando Jesús a sus doce años, se “perdió” en el templo de Salomón, sucedió lo mismo.  Creo que esta situación debió haberse repetido mucho más.

A veces no alcanzamos a procesar

Hay muchas cosas que las madres nos contamos con empatía, sabemos lo dura, bella y retadora que es la maternidad. Pero también hay mucho que “guardamos en el corazón”. Mucho que rumiamos para comprenderlo, mucho que urgía pensar en su momento, pero que sigue esperando que terminemos con pañales, gritos, lavadoras, rodillas lastimadas y por la crianza en general.

¡Qué importante es darnos el tiempo para desenmarañar esos nudos que llevamos en el alma! Hacerlo es un autoregalo, pero también un regalo para nuestros pequeños, para nuestro esposo, para nuestras familias.  Llevar la “mochila emocional” sobrecargada solamente nos genera amarguras, resentimientos y heridas. 

Una buena amiga me decía el otro día que lo mejor que podemos hacer por nuestros hijos es sanar aquello que no queremos que repitan, ¡me encantó!. 

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Hay distintas maneras de procesar nuestros nudos

Parece muy sencillo ver el ejemplo de María con Jesús.  Nos dice Lucas el evangelista que ella, discreta y orante, llevaba a su interior lo que la podría turbar, para esperar el momento en que lo comprendiera, mientras asumía su vocación como madre del Salvador. 

Parece sencillo, pero ¡qué difícil debió ser! Ella era la madre, pero Él era Dios todopoderoso. Ella debía guiarlo, pero Él tenía toda la sabiduría del universo. Sin embargo, María y José, lograron salir adelante justo porque dialogaron, oraron y fueron de la mano de Jesús.

A continuación, quiero sugerirte maneras de lidiar con tus nudos interiores, que espero de corazón te ayuden a ser una mejor esposa y madre de familia.

Procesar desde la oración

Jesús tiene el poder de sanar cuerpos, pero también almas.  Vayamos con Él cuando tenemos un buen día, pero también cuando queremos salir corriendo de casa.  Tomemos Su mano cuando nuestros hijos se acercan y también cuando nos rechazan abiertamente.

También podemos pedir a Dios que tome nuestras heridas, nuestros resentimientos, nuestros dolores, nuestras insatisfacciones y vacíos. Él, que supo convertir agua simple en un vino extraordinario, obrará, no lo dudes.

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Procesar con nuestro esposo

¡Bendita complementariedad! Es difícil en ocasiones congeniar y acordar el rumbo familiar con un ser tan distinto como el marido.  Él tiene otras preocupaciones, otras prioridades, otros sueños, otras opiniones.  Pero ambos tienen el rumbo del hogar, y nos corresponde preguntar rumbo a Dios, pero también cotejarlo con el cónyuge.

Ellos podrán ayudarnos a no exagerar, a tomarnos a la ligera ciertas situaciones, nos colocarán a veces en nuestro lugar, evitarán que sobreprotejamos o soltemos demasiado.  En las manos de ambos ha depositado el Señor esas almitas preciosas, dejémonos guiar también por el amor de nuestra vida.

Procesar en papel

A veces, para poner en perspectiva algún problema o inquietud, es suficiente que lo saquemos de nuestro cuerpo.  Un papel puede ayudarnos mucho en esos momentos. Sentarnos y anotar qué sentimos, por qué creemos que eso nos inquieta, qué aconsejaríamos a quien viviera lo mismo, puede -al menos- vaciar esa “mochila emocional“.   Es un medio seguro para abrir nuestra intimidad, y siempre podemos romper el papel, o tener un guion para abordar el tema con el marido, con algún hijo o alguna amiga a quien queramos pedir consejo.

Procesar con una buena mujer

“Quien ha encontrado un amigo ha encontrado un tesoro”, nos dice el Libro de Eclesiastés de la Biblia. ¡Cuánta verdad! Contar con una amiga buena, que ame a Dios, que busque sinceramente amar a los suyos, y pueda aconsejarnos desde la caridad y la verdad, es un tesoro inmenso.  ¡Busquémoslas!, pidamos a Dios que nos las mande, que nos bendiga con Su presencia en un alma que reciba nuestros dolores, dudas, inquietudes y -sin juzgarnos- nos ayude a vivir amorosa y justamente.

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¡Cuántas cosas no has comprendido en tu vida familiar!, ¡cuántas cosas aún te hieren o te hacen sentir menos!, ¡cuántas cosas deseas ocultar al “mundo”! No dejes que te abrumen ni entierren, dialógalas, recibirás mucha paz.

Procesar dando un buen consejo

Tú eres un tesoro.  Tus vivencias, tus dolores, tus aprendizajes y errores, son oro molido que un alma solitaria necesita con urgencia.  ¿Qué tal si -ante tus heridas, inquietudes, dudas- buscas a una personita (una madre) a quien puedas guiar desde tu experiencia? 

La belleza de la comunión es justo poner en común nuestro interior para crecer juntas.  Recibirás mucho más de lo que pretendes dar, y -al salir de ti- saldrás doblemente reconfortada, sintiéndote más segura en tu propio camino.

Procesar en la incomprensión y soledad

No siempre es necesario comprenderlo todo para amar. ¿No entiendes algo?, ¿no recibes consuelo aún a pesar de buscar procesar en la oración, con el esposo, con alguna buena amiga, escribiendo? ¡Bien! Esto puede darnos la humildad de no querer comprenderlo todo.  

Es como esa frase que dice que “a las mujeres no hay que comprenderlas, hay que quererlas”.  Aunque esto incluye cierta ironía, ¡es una frase cargada de verdad!.  Ni a las mujeres, ni al marido, ni a los hijos, ni a los parientes, ¡ni a ti misma!.

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El mandato de Dios es amar. Es amar no solo al propio, al cercano, sino incluso al enemigo, a quien nos hiere, a quien no comprendemos y tampoco nos comprende.

Bendita circunstancia que te permitirá bajar la cabeza con humildad y seguir caminando porque ¡qué más da si no comprendes hoy!  Ya entenderás, más adelante. y mientras, puedes ser paciente, entregar tu amor desinteresadamente.

Tu intimidad, tu corazón, tu mundo interior guardan toda tu sabiduría y grandes tesoros, que sepas, que sepamos aquilatarlos y explotarlos al máximo en favor de los demás y de familias armónicas y felices.

 

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Marilú Ochoa Méndez

Enamorada de la familia como espacio de crecimiento humano, maestra apasionada, orgullosa esposa, y madre de siete niños que alegran sus días. Ama leer, la buena música, y escribir, para compartir sus luchas y aprendizajes y crecer contigo.