Ser agradecido ayuda a vencer el orgullo

"La maldad jamás será felicidad".

Erika Patricia Otero

Existen dos fuerzas opuestas, pero igualmente poderosas que gobiernan al ser humano: el bien y el mal.

Creo que absolutamente todos estamos gobernados, de vez en cuando, por alguna fuerza de estás. Sí, no todos somos enteramente buenos o enteramente malos. Es como si ambas se pusieran en un “tire y afloje” para ver a cuál le damos más cabida en nuestras vidas.

Yo imagino esta batalla como esa lucha en los dibujos animados donde aparecen un diablito y un angelito. En las caricaturas, esos personajes tratan de influir y convencer al protagonista para que actué según sus caprichos. Finalmente gana el que más influencia tiene; así nos pasa a nosotros cada día.

Ahora bien, de igual manera, los seres humanos podemos ser orgullosos o agradecidos.

Mientras ser agradecido te ayuda a ser humilde y bueno, el orgullo te lleva por senderos poco gratos y dañinos. Es más, me atreveré a decir que una persona que se deje llevar por el orgullo puede volverse realmente malvado.

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El agradecimiento y el orgullo como bondad y maldad

El agradecimiento y la bondad son conceptos similares. De igual manera lo son el orgullo y la maldad; te explicaré por qué.

Una persona buena está fuertemente conectada con el agradecimiento. Sabe que muchas de las cosas que tiene y ha logrado, las debe no solo a su esfuerzo, sino a la ayuda de otros; incluso Dios. Conocer esto le ayuda a vivir una vida humilde y dispuesta a servir. Además, sus intereses no están puestos jamás en la vida de los demás. No siente envidia y tampoco desea que a alguien le vaya mal.

Por el contrario, una persona orgullosa no siempre es mala; sin embargo, tiene un aire prepotente. Para alguien orgulloso, todo lo que ha conseguido en su vida lo debe a su esfuerzo. Muchas veces siente que las cosas que las personas a su alrededor hacen, lo hacen para afectarlo de alguna manera.

Cree equivocadamente que los demás le tienen envidia. Siente equívocamente que siempre tiene derecho a dar la última palabra y que siempre tiene la razón.

Una persona orgullosa no sabe perder. Tampoco cede fácilmente, pues siempre quiere tener el control de todo.

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Por sí solos estos aspectos no son malos; sin embargo, si ese orgullo está levemente “condimentado” con ira, las cosas no se proyectan bien.

Por qué el orgullo va de la mano de la maldad

Te lo contaré con una historia familiar. A principios de los 2000, diagonal a la casa de mi madre, se mudaron una mujer y sus dos hijas.

Los primeros meses las cosas no se alteraron mucho. Las mujeres trataban de integrarse a la vecindad y comenzaron a tratarse con todos los vecinos.

Mi madre las saludaba ocasionalmente porque jamás ha sido muy dada a confiar fácilmente en nadie. Sin embargo, hablaba con estas mujeres esporádicamente; pese a eso, rápidamente perdió el interés en hablarles. Mi madre había notado que eran dadas a averiguar la vida de los demás; ella sabía que a la larga eso le traería problemas. Poco a poco se distanció y dejó de hablarles. Inmediatamente, esas mismas mujeres que hacía pocos días eran “amables” demostraron quiénes eran en realidad.

Una persona cualquiera no ve ese distanciamiento como algo malo, pero para estas personas fue una ofensa de las peores.

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El orgullo enceguece

Ellas comenzaron a decir cosas terribles de nosotras; obviamente, todas eran falsas. Poco a poco los vecinos dejaron de hablarnos y empezaron a mirarnos horrible. Así fue como pasamos de ser las vecinas que no se meten con nadie, a ser horribles seres humanos.

Nos enteramos de los rumores, mismos que no vale repetir acá. Nosotras solo seguimos adelante, estábamos acostumbradas a estar solas; así que unos chismes no nos iban a afectar demasiado, y no lo hicieron.

Parece ser que el hecho de que sus chismes y veneno no nos afectaran, les hacía dar más rabia. Llegaron a un punto donde manipularon a algunos vecinos para que nos insultaran; por fortuna, esto tampoco hizo mayor daño. Sabíamos defendernos sin llegar a instancias legales. El resultado es que su animadversión hacia nosotras en lugar de detenerse, aumentó.

Siempre hemos sido de la convicción de que la verdad tarde o temprano se cuela por una rendija; y eso ocurrió años después. Sí, fueron años los que soportamos estoicas. Nosotras sabíamos que por nuestro comportamiento las personas se darían cuenta que no éramos lo que ellas decían.

Todo terminó luego de una guerra de chismes, robos, maldad y veneno causado por un orgullo herido. Fue el hecho de que mi madre no les siguiera el juego y se distanciara, lo que provocó ese caos. Querían saber todo de todos, y lo que no sabían, lo inventaban o retorcían. Le preguntaron cosas que no debían a la persona equivocada y se enojaron.

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Para ellas los vecinos les debían una suerte de lealtad y respeto. Ya fuera porque la matriarca era una anciana, o porque sus hijas eran una suerte de empleadas del estado. Llenas de un ego innecesario y herido, al final vendieron la casa y se fueron de la vecindad.

¿Quién pierde al final?

Si algo me ha enseñado la vida es que la maldad jamás es fuente de felicidad. Puede ser que una persona que se deja llevar por su ego herido puede causar mucho daño; sin embargo, eso no dura mucho tiempo.

Mientras estas mujeres trataban de hacernos la vida imposible, nosotras servíamos a los vecinos. Sí, muchos de los que un día dejaron de hablarnos, luego llegaron a la casa de mamá a disculparse.

En respuesta a esto, les mostrábamos con acciones quiénes éramos en realidad. Si alguien nos pedía un favor y podíamos hacerlo, lo hacíamos. No con afán de darnos palmaditas en la espalda, siempre nos ha gustado ayudar.

Solo me queda decir que nunca nada bueno le espera a una persona que se deja dominar por el orgullo. Debemos saber equilibrar el orgullo y reconocer cuando algo depende de nosotros y cuándo no. Tenemos que saber ser humildes y aceptar que algunas cosas no dependen de nosotros.

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Es justo que si hacemos algo mal, debamos remediarlo. Esto solo se logra cuando hay bondad en el corazón; esta viene de la mano del agradecimiento, porque este te hace humilde.

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Erika Patricia Otero

Psicóloga con experiencia en trabajo con comunidades, niños y adolescentes en riesgo.