Ser mujer no es lavar los platos

Podremos poner nuestro hogar sobre cimientos firmes cuando estemos dispuestos a reconocer la belleza, la grandeza y la riqueza de mujeres y varones.

Marilú Ochoa Méndez

Alguna vez, en una clase de Filosofía, me preguntaron: “¿Quién eres?” Yo respondí: “Marilú“. “No pregunté tu nombre, quiero saber quién eres“, me dijo la maestra, retándome. Confundida, contesté: “una mujer“. Entonces, la profesora me insistió: : “No te pregunté si eres varón o mujer, sino quién eres”.

Me sentí en aprietos, y contesté: “soy una estudiante”, y ya esperaba la respuesta: “no te pregunté a qué te dedicas, o qué haces en el día a día“. Entonces, la profesora me dejó en paz unos minutos, generando en el grupo una reflexión profunda y metafísica que no escuché.

Desde entonces, cada cierto tiempo me lo pregunto, y en el camino para darme respuestas sensatas y que me satisfagan, he aprendido mucho.

Hoy, te invito a que nos preguntemos juntas: “Mujer, ¿quién eres?“. ¿Me acompañas?

Empecemos: ¿qué responderías tú?

Por ejemplo, hablando de las mujeres. ¿Quién eres tú? ¿La “madre”?, ¿la que lava los platos?, ¿la que escucha y atiende a sus pequeños?, ¿la compañera de vida de tu marido?, ¿la profesionista?

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Podemos responder primariamente, yéndonos a “lo accesorio”: hablando de lo que hacemos: los roles asumidos, por ejemplo.

Sin embargo, pronto caeríamos en cuenta de que mucho de lo que hacemos puede hacerlo alguien más: el esposo, una empleada doméstica, un compañero de trabajo. Aquí, te invitaría a irnos a lo profundo: ¿qué sólo puedes hacer tú?, ¿en qué eres insustituible?: ¿Qué faltaría en el mundo si no estuvieras aquí?

Las mujeres son insustituibles

¿Algo que la mujer puede hacer que el hombre no puede? Parir, amamantar, dar vida. Es muy característico de la mujer también, acoger, humanizar y brindar calidez en los espacios y situaciones. La mujer conecta, alimenta y da luz: da vida humana y también vitalidad, renovando creativamente los espacios en que se mueve.

Regresemos contigo y conmigo. ¿Qué aportas de manera única en tu trabajo?, ¿qué en la familia, en tu círculo social? Eso que sólo tú puedes insuflar, generar y gestionar. Conocerlo, te llevará a comprender la esencia de tu alma: qué eres, y para qué estás en este mundo.

Mujer, sé lo que eres

Si a ti y a mí nos preguntan el día de hoy que quiénes somos, podremos decir para empezar que seres humanos. Si lo deseas, podríamos agregar que somos esas personas que se donan, que vivifican e impulsan a otros a trascender, realizándose plenamente en el crecimiento, valoración y proyección de los que amamos. En lo personal, esta me parece una definición bellísima.

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Juan Pablo II, Papa de la Iglesia católica fallecido en 2005, invitaba a las mujeres y a las familias a “ser lo que son”. Ha sido muy repetida y discutida su frase: “Familia, sé lo que eres“. Desde ella, se ha parafraseado por ejemplo, invitándonos a las mujeres también a “ser lo que somos”.

Una vez que comprendemos nuestra esencia, nuestro aporte al mundo, es fácil seguir ese sendero, y evitar perdernos en lo accidental, en lo cultural, en lo impuesto, en lo cotidiano, que puede llegar a asfixiar o alejarnos de quien realmente somos.

Ni el aseo ni el cuidado nos son exclusivos

Lavar los platos, cambiar pañales y barrer son actividades. Puede realizarlas cualquier persona independientemente de su sexo, condición económica o laboral. Realizarlas no nos convierte en mujeres, y no realizarlas tampoco.

Sin embargo, a veces sí nos alejan de nuestra esencia. Cuando la mujer, se repliega en actividades de servicio, olvidándose de su desarrollo, crecimiento personal, formación y educación, se ensombrece.

Cuando el hombre se ajusta únicamente a un rol, olvidándose de su fortaleza, de su visión a largo plazo, de la seguridad que aporta con su cuidado a los miembros de su familia, también se ensombrece.

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Hombre y mujer se necesitan y complementan

La familia se convierte en un refugio seguro y un espacio de proyección sana, cuando el hombre y la mujer son recibidos y aceptados desde su unicidad, desde sus aportes esenciales, y no desde sus “funciones”, desde sus “roles”.

El padre y la madre, como adultos que son, conscientes de esta realidad, podrán generar a través del diálogo, la reflexión y la conexión, los acuerdos que necesiten para el adecuado funcionamiento de su hogar, desde sus aportes esenciales.

La complementariedad que generen, dependerá de su capacidad de permitir que fluya la esencia del otro, sin ser atrapada por “obligaciones” o “roles” determinados solo por costumbre, sino acordados por sentido práctico y un diálogo abierto.

Se levanta quien conoce sus raíces

“Ser lo que somos” suena sencillo. El camino se nos muestra más luminoso. Pero a veces las mujeres nos enfrentamos con techos de cristal, bloqueos sociales o personales que nos impiden desarrollar nuestro potencial, crecer y florecer desde la ternura, la humanización y la conexión.

Si esto te sucede alguna vez a ti, o le sucede a otra mujer cercana a ti (o a un varón, ¡a una persona!), la respuesta será molestarla con la pregunta con la que iniciamos este texto: pregúntate, pregúntale quién es.

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Reconocer los anhelos de nuestro corazón nos dará la valentía para reconocer nuestras raíces, y alimentarlas. Quitar lo que nos impide dar luz, vivificar. Mover lo que nos aplasta y nos roba al aire o el agua de la estabilidad y calma.

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Edificar sobre roca requiere rocas

Seguramente más de una vez has escuchado la referencia bíblica de construir sobre roca, de colocar la casa en cimientos firmes:

Yo les diré a quién se parece todo aquel que viene a mí, escucha mis palabras y las practica. Se parece a un hombre que, queriendo construir una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre la roca. Cuando vino la creciente, las aguas se precipitaron con fuerza contra esa casa, pero no pudieron derribarla, porque estaba bien construida

(Lc 6, 47-48)

Los padres, los adultos, podremos poner nuestro hogar “sobre roca”, sobre cimientos firmes, cuando estemos dispuestos a reconocer la belleza, la grandeza y la riqueza de mujeres y varones, de manera que existan siempre entre nosotros respeto y complementariedad.

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¡Qué frutos tan bellos se forjarán en los hogares si, despertando de la cárcel de los roles obligatorios e impuestos, los padres, las madres, rescatamos el valor del diálogo amoroso, para preparar el hogar de cada uno ante las tempestades!

Mujer, hombre, familias, ¡seamos lo que somos! La paz de nuestros hogares, la construcción firme de los mismos, depende de ello.

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Marilú Ochoa Méndez

Enamorada de la familia como espacio de crecimiento humano, maestra apasionada, orgullosa esposa, y madre de siete niños que alegran sus días. Ama leer, la buena música, y escribir, para compartir sus luchas y aprendizajes y crecer contigo.