Vivimos discutiendo con nuestros padres, y cuando mueren desearíamos tenerlos tan solo un minuto más

Cerré la puerta sin saber que esa sería la última vez que lo vería con vida. Y hoy desearía poder decirle todo aquello que me quedó por decir.

Fernanda Gonzalez Casafús

Esa noche él estaba algo ofuscado, serio, meditabundo. Luego de cenar salí de casa y me despedí como siempre: “Adiós papá”, y un beso en la mejilla. Esa fue la última vez que lo vi con vida. Por largo tiempo me acompañó esa sensación de no haber aprovechado más el tiempo con él.

Escribir a veces sobre esta sensación ha sido para mí una terapia catártica en los últimos años. El asesinato de mi padre puso de manifiesto en mí durante mucho tiempo ese sentimiento de culpa por haber pasado los últimos años discutiendo con él. 

Yo era la niña buena, la obediente, la que callaba y el orgullo de mis padres. Pero cuando la adolescencia sobrevino y las hormonas hicieron lo suyo, un ápice de rebeldía hizo que comenzaran los pleitos en casa. Mi padre era un hombre de emociones signadas por el recuerdo de una infancia dura y la nostalgia hacía estragos en su ser. 

En sus últimos años de vida era habitual verlo refunfuñar por todo y a veces las cosas se ponían difíciles en casa. Lamento tanto no haber podido tener la madurez suficiente para comprender su mochila emocional, así como aquellos recuerdos que nublaban su corazón. 

Vivía quejándome de su genio y de su forma a veces tosca de demostrar sus sentimientos. Y hoy, parada desde mi visión de mujer adulta, desearía tenerlo un día más junto a nosotros para poder abrazarlo y decirle ¡cuenta conmigo, papá!

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Aprovecha el presente o lo lamentarás mañana

La vorágine del día a día no nos hace valorar aquellas cosas que no se compran con dinero. La familia debe estar siempre en primer plano pues es nuestro sostén en todo momento. Necesitamos entender esto para comenzar a valorar que los momentos son fugaces, efímeros y que lo que te pierdes hoy ya no volverá.

Es cierto que hay veces que se nos hace difícil dar el brazo a torcer, o ser siempre el que perdona, el que agacha la cabeza, el que todo lo soporta. En muchas familias siempre hay discordias o malos entendidos, pero necesitamos entender que solo nuestro círculo más íntimo será el que nos sostenga cuando nadie más quiera o pueda hacerlo.

Y nuestros padres están en ese círculo. Pues aunque hayas formado tu propia familia y aunque ahora que eres adulto hay muchas cosas en las que estás en desacuerdo con tus padres, son ellos quienes jamás soltarán tu mano en los momentos más difíciles, aún cuando tu comportamiento no haya sido del todo bueno, o cuando haya roces o malos entendidos.

Deja de discutir con tus padres

Comenzamos a discutir con nuestros padres cuando queremos diferenciarnos de ellos, dejar en claro que somos un ser individual, ajeno a sus pensamientos. Muchas veces nos ponemos en la vereda de enfrente y hasta nos convencemos que no somos ni seremos jamás como ellos.

Luego, pasan los años y comenzamos a notar cómo todo aquello que aborrecíamos se nos hace piel, poco a poco, año tras año. Pero para llegar a ello recorrimos un camino individual donde comenzamos a transformarnos como adultos para llegar a ser quienes queremos ser.

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Discutimos con nuestros padres cuando queremos defender nuestra postura, cuando queremos que dejen de controlar nuestra vida y cuando no sabemos cómo decirles de forma madura y sincera que ya somos adultos que tomamos nuestras decisiones. 

Comunícate con amor

Ningún padre quiere el mal para su hijo. Muchas veces a los padres les cuesta adaptarse a tener un hijo adulto. Les cuesta verlos crecer y tomar sus decisiones, al tiempo que los enorgullece. Es un sentimiento difícil y al que muchos padres les cuesta trabajo afrontar.

Por ello, comunícate siempre desde el amor y el respeto. Conversa con tus padres acerca de aquello que te molesta. Ni tú ni ellos quieren discutir; nadie quiere caras tristes en una reunión familiar ni mucho menos períodos largos sin verse. Hablar y ser francos a la hora de comunicarse evitará males mayores, y sobre todo arrepentimientos cuando ya no estén.

Ellos también fueron jóvenes y necesitaron equivocarse para aprender. Conversa con ellos sobre tu necesidad de afrontar ciertas cosas de la vida bajo tu propia responsabilidad, enfrentando los retos y los obstáculos, pero siempre bajo su cariñosa guía y sabio consejo.

Se trata de hacerles comprender que valoras y admiras sus recomendaciones y opiniones, pero que ahora necesitas tomar vuelo por ti mismo para aprender más acerca de la vida.

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Y cuando ya no están…regocíjate en el recuerdo de aquellos buenos momentos

Desearías tenerlo tan solo un minuto más contigo para poder decirle todo aquello que le dices en tus sueños, todo aquello que te faltó expresar.

Desearías abrazarlo una vez más y reirte de viejos pleitos o de las discusiones de cuando estabas en plena pubertad.

Darías tu vida para volver a escuchar su voz, su risa y la forma de pronunciar tu nombre.

Y entonces, caes en la cuenta que la vida es un aprendizaje constante, y nos invita a reflexionar acerca de la importancia de cultivar el amor, las relaciones, los vínculos con quienes nos sostienen, nos aman, nos edifican, nos valoran.

Que no pase un solo día sin decirle a tus padres cuánto los amas, y cuánto les agradeces todo lo que han hecho por ti. Y aunque no te salgan las palabras, los gestos pueden significar mucho para esta relación perpetua e infinita fundada en los más profundos cimientos del corazón.

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Honra a tus padres, habla con ellos y diles todo lo que hay en lo íntimo de tu ser. No esperes a que su silla esté vacía para valorar todo el amor que te dieron.

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Fernanda Gonzalez Casafús

Fernanda es Licenciada en Periodismo, especialista en Redacción Digital y Community Managment. Editora de contenidos y redactora en Familias.com. Nacida en Argentina y mamá de dos, ama los animales, la danza, la lectura y la vida en familia. Escribir sobre la familia y la maternidad se ha convertido en su pasión.