La raíz de la violencia en la pareja se forma en la primera infancia

Criar a tu hijo a golpes y agresiones le enseña a naturalizar el maltrato y aceptarlo en su vida adulta. Estás a tiempo de cambiarlo.

Emma E. Sánchez

Si me pidieran definir en una sola palabra la sociedad actual, sin dudarlo diría: violencia. Basta con ver por unos minutos las noticias, ver la portada de un periódico o cualquier revista -y por supuesto  las redes sociales-  para ver que la violencia es la marca de en casi todas las etapas y formas de nuestras vidas en sociedad.

Si bien la violencia se manifiesta en muchas y diversas formas a la vista de todos, hay un tipo de violencia sutil y cotidiana que marca nuestras vidas y forma nuestro carácter a veces sin darnos cuenta y lo peor, es que se trata de violencia aceptada en la sociedad e inclusive fomentada bajo la falsa premisa de que “es buena” y “hasta necesaria”.  Sí, ya sabes de que estoy hablando:

La crianza por medio de golpes y agresiones

A pesar de que para muchos ya es sabido que la violencia solo genera más violencia, como sociedad, seguimos violentando a los niños apenas nacen.

Un error muy generalizado es seguir creyendo que “una nalgada a tiempo es buena” o que la corrección agresiva, abusiva o irrespetuosa es una muestra de amor y preocupación por nuestros hijos.

“Esto me duele más a mí que a ti”

Esta frase es un ejemplo de cómo, poco a poco, golpe a a golpe, y agresión tras agresión, vamos criando a nuestros hijos acostumbrándolos a una forma de vida donde, de manera torcida, en la mente, el alma y el corazón se entrelazan  la violencia con el  amor y es así como inician muchas tragedias.

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La violencia en la pareja ha dañado a la humanidad

Si partimos de la idea que un buen golpe o una humillación nos corrigieron, nos hicieron bien y sobre todo, que quien nos las dio fue “quien más nos ama en nuestra vida”, entonces comenzamos a ejercerla con y hacia nuestra pareja.

De manera inconsciente empezamos a repetir el mismo patrón violencia en nuestro propio hogar, pensando que es “lo mejor que podemos hacer” y “que lo hacemos porque nos preocupan o los amamos”

Yo misma viví una crianza llena de violencia donde los golpes, amenazas o humillaciones eran “el pan de cada día”. Por eso ahora, me resulta un deber moral ayudar a aquellas personas, principalmente mujeres, que la han vivido y desean salir de ese ciclo infinito.

Entre mujeres que han sido abusadas o violentadas de cualquier manera por sus parejas es muy común el escuchar las mismas frases: “yo me lo merecía”, “yo lo hice enojar”, “me advirtió y yo no hice caso” “él lo hace por nuestro bien” ,“él se siente muy mal cuando me pega y luego se arrepiente y me ofrece disculpas”; y así una y otra vez demostrando dos cosas:

1 La violencia la aprendimos y la asimilamos en casa, de nuestros padres y desde nuestros primeros días de vida

2 Al crecer, ejercemos la misma violencia hacia nuestra pareja y  descendencia

¿Fuiste un niño educado con violencia?

Dicen que el primer paso es el más difícil porque se trata de aceptarlo, y para la gran mayoría de los que hemos pasado por ahí no es fácil esa aceptación..

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Reconocer y aceptar que nuestros padres usaron la violencia para educarnos no es malo, ni los estamos juzgando. No debes sentirte mal por pensar o reflexionar en el tema.

Te voy a compartir 3 premisas que a mí me ayudaron a reconocer, aceptar y salir de este ciclo de violencia.

1 Nuestros padres hicieron lo mejor que pudieron con lo que tenían a mano para criarnos.

Si ellos eran violentos, lo más seguro es que ellos también fueron agredidos por sus padres u otros adultos, ellos salieron adelante e hicieron lo que aprendieron a hacer para resolver.

Cuando nosotros ya nos damos cuenta de lo que sucedió, lo que nos dolió o el daño o traumas que tenemos a consecuencia de esa crianza, ahora ya es nuestro problema y no el de nuestros padres.

2 Cuando dejamos de buscar culpables, liberamos a nuestros padres de su carga

Finalmente, cuando nos hacemos viejos nos vamos dando cuenta de todos nuestros errores y que las consecuencias nos alcanzan, entonces viene esa maravillosa etapa: perdonar a nuestros padres y perdonarnos a nosotros mismos.

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¿Cómo es eso posible?

Sencillo, perdonar a nuestros mayores retira la culpa de toda la ecuación y un proceso muy importante de sanación inicia. Perdonarnos a nosotros mismos nos libera también de la culpa que pudimos generar por no haber sido el hijo que nuestros padres querían, porque creímos que merecíamos o necesitábamos esos castigos o que inclusive llegamos a creer que éramos malas personas.

Imagina esto:

Niños que han recibido los peores abusos de parte de sus padres, nunca dejan de amarlos, pero dejan de amarse a sí mismos pues llegan a creer de todo corazón que ellos son tan malos que merecen el desprecio y maltrato de quienes los engendraron.

Y así vamos por la vida sufriendo y haciendo sufrir a muchos más. Perdonarnos nos libera, nos sana y nos prepara para seguir adelante más ligeros, tranquilos y con una nueva actitud hacia la vida.

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3 Rompiendo el ciclo

Una vez que nos volvemos conscientes de lo que nos ocurrió,  podemos comenzar a aprender nuevos patrones de crianza y de relación de pareja, más respetuosos, reflexivos y realmente fundamentados en el amor.

Si estás en alguna fase de este proceso interno y te sientes “atorado” en algo o de alguna manera, te invito a acercarte a algún profesional, ya sea un psicólogo, terapista e inclusive a un guía espiritual o religioso.

Habla con tu pareja, habla el tema con tus padres inclusive, habla con tus hijos y reflexiona junto con ellos si sientes esa necesidad.

Hace más de 40 años mi padre buscó y viajó miles de kilómetros para hablar con su madre, una anciana en sus ochentas,  hubo muchas lágrimas pero hubo respuestas, entendimiento, amor, pero sobre todo: perdón y sanación para cuatro generaciones vivas.

Trata a tus hijos con tal respeto y amor,  que cuando alguien los maltrate, desconozcan ese trato y lo rechacen

Saberse amado y vivir en un ambiente cálido, sana y fortalece a las familias, nuevas generaciones de niños surgen y son la verdadera esperanza de un mundo sin violencia.

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Emma E. Sánchez

Pedagoga y Terapista familiar y de pareja. Casada y madre de tres hijas adultas. Enamorada de la Educación y la Literatura. Escribir sobre los temas familiares para ayudar a otros es mi mejor experiencia de vida.